jueves, 31 de diciembre de 2009

Desde la puerta de atras 3ª parte

LA GUERRA




















Lo más sangrante de un recuerdo doloroso,
es saber que permanecerá en nuestra
memoria. Espectante, atento al menor
descuido para brotar con más fuerza
que la vez interior.
Anónimo
Quizá, todo sería más fácil de explicar, si yo aún estuviera vivo. Posiblemente ninguno de los que lean estas primeras líneas, sepan de lo que estoy hablando y no les culpo. Pero para mi, todo es fácil dentro de este contexto.
No sería justo narrar lo que me pasó, sin que antes leáis este pequeño preámbulo, ya que para mi, sin él, vosotros no podríais entrar en esta historia, ni por supuesto entenderla. Filosofar sobre la muerte, sobre el más allá no es algo nuevo. Desde los tiempos perdidos en el pasado remoto hasta nuestros días, miles de seres humanos han hablado hasta la saciedad de la muerte. Unos, para asustarnos y conducirnos por el "recto" camino. Otros, simplemente con la fácil verdad de que ese será nuestro último destino.
Pero a todos ellos les une una verdad común. Ninguno la conoce, ninguno la quiere ver de cerca.
Son falsos vendedores de un producto que ninguno de ellos a probado. Fariseos del miedo (de los demás por supuesto). Vanidosos de conocer la verdad, arrogantes presumidos de nuestro futuro.
Antes de seguir, desearía de vosotros una pequeña licencia. Dejarme jugar. Yo soy uno de esos desgraciados que la seborrea oral de los energúmenos mensajeros de la muerte consiguió reclutar, para alojarme finalmente en uno de los miles de cementerios que rodean a esos otros cementerios de vivos en que se han convertido vuestras ciudades.
Quizás os hablo amargado, no me importa que lo notéis, no me importa en lo más mínimo. Todos vosotros estáis vivos (más o menos), pero vivos al fin y al cabo. En cambio yo, ni tan siquiera puedo disfrutar de la paz de los muertos.
Fui a morir tan estúpidamente que todavía tengo para tiempo el conseguir esa paz.
Pero no soy una excepción, otros miles de desgraciados como yo están en este lugar en que no existe la paz ni la muerte. Pero no preocuparos hay sitio para muchos más. Mientras tanto complacerme y descubrid cual fue mi muerte entre estas que os narro a continuación.















LA MUERTE Y LA GUERRA (o algo así)

Las brumas de la mañana parecían reacias a dejar pasar los rayos del sol. En estas tierras de una Europa devastada y asolada por las guerras, ensangrentando sus pueblos década tras década. Con épocas de paz que sólo hacían que crear falsas esperanzas de un bienestar efímero. ¡Tontos!.
No sabían que se iban a enfrentar a la peor masacre que había conocido la historia hasta entonces, la que más tarde llamarían inocentemente, la gran guerra, considerando que jamás podría haber una tan sangrienta, tan inhumana.
Londres, París, Roma, Berlín. Eran algunas de las grandes ciudades del viejo continente que querían seguir conservando el monopolio mundial del poder. No importaba nada, cualquier excusa o pretexto era suficiente. Seguramente ninguno la hubiera iniciado si pudiera haber visto el resultado final, pero no fue así. Ahora os puedo hablar de esto, desde aquí la objetividad y la verdad es lo único que nos queda. Pero entonces no era así.
Era mediados de Junio de mil novecientos catorce, y yo trabajaba en una de las innumerables oficinas del gobierno en Berlín.
Aquella tarde nuestro emperador, Guillermo II, lanzó una proclama a todo el pueblo alemán. El Imperio Británico, Francia, Rusia y otros países, querían destruir Alemania y a otros pueblos aliados y no se lo podíamos permitir.
Miles de personas salimos a las calles borrachos de patriotismo. Sedientos de sangre, pedíamos armas para defender a nuestros hijos, a nuestra madre. Beber la sangre del enemigo.
No tardo en producirse la invasión de Bélgica. Como conejos asustados huyeron por miles ante nuestro empuje. Nada nos podía detener y durante semanas arrasamos sus campos y ciudades, asesinamos sin piedad. ¿Acaso no era nuestro derecho?.
Luego llegó lo de Marne. Allí se acabó nuestro glorioso paseo y empezó una larga guerra de trincheras. Acinados, con la ropa siempre mojada, mal comidos y durmiendo como podíamos durante meses. No, aquéllo no era lo que nos habían prometido: un paseo triunfal sobre las cabezas del enemigo. Compañeros que iniciaron conmigo la contienda habían muerto. Hans, había tenido más suerte. Estaba ya de regreso en casa, sin sus piernas claro, pero eso no le importaba a su familia. Un maldito obús inglés fue el causante.
Aquel invierno de mil novecientos quince fue especialmente crudo. El frío causó tantas víctimas como las balas. Ellos por su parte, últimamente no paraban de machacarnos con sus cañones día y noche. Parecían especialmente enfadados. Hacia un par de días les dimos una demostración de nuestro poderío. En la madrugada del jueves, cuando el sol todavía estaba oculto, lanzamos un gas que aprovechando la brisa, fue serpenteando confundido con la bruma de la mañana hacia las líneas enemigas. Era fascinante ver como avanzaba e iba cayendo en silencio sobre sus posiciones. Ese silencio se fue rompiendo, al principio algún grito aislado que poco a poco se fue generalizando. El pánico se fue ampliando a medida que el gas penetraba en sus pulmones y quemaba su piel. Salían como conejos prestos al cazador. Nuestros gritos de alegría por el éxito de la nueva arma no pudieron apagar los suyos.
Trescientos metros de trinchera enemiga y cerca de mil muertos, fue nuestra recompensa. Por supuesto, les permitimos retirar a los pocos soldados que heridos quedaban vivos. Somos caballeros.
Al amanecer del tercer día, se desató el infierno. Miles de obuses cayeron a un lado y otro de las trincheras. Durante dos días con sus noches, los cañones no pararon de tronar y un continuo resplandor iluminaba las noches. El río, solía arrastrar siempre algún que otro cadáver, que en el resplandor de la noche semejaban troncos a la deriva.
El cuarto día, las bayonetas sustituyeron a las bombas, cientos de hombres nos alzamos de las trincheras en busca del enemigo. Algunos, los menos, disparaban. La mayoría queríamos ver los ojos del contrario antes de matarlo. Durante horas, unos y otros nos fuimos persiguiendo, acosando, matando sin piedad. No había órdenes ni mandos. Cada uno de nosotros mataba por sobrevivir y así llego la mañana...
Las brumas de la mañana parecían reacias a dejar pasar los rayos del sol.
- Es curioso... ¿Sabes compañero?. Esta es... no sé, quizás la octava o novena batalla en la que participo y es raro... es la primera en la que al final de la batalla, no me hiere la nariz el fuerte olor de la pólvora quemada, que junto al de los muertos y agonizantes, hacen irrespirable el aire. ¡Ah!. Y mira que esta a sido dura... ¿verdad, compañero?. ¿Por qué no me contestas?.
¡Bah!... Da lo mismo. Lo importante, es que nos hemos salvado. ¿Sabes?. No me importa que sólo me mires sin decirme nada. Quizás... alguna bomba te ha dejado sordo y mudo. ¡Ja, ja, ja!.
Lo siento, no te enfades, son los nervios. Ya ves, yo no puedo oler, lo cual no deja de ser una suerte en estas circunstancias.
¿A que sé lo que piensas?. Que las guerras son malas. ¿A que sí?. Claro que tienes razón... Pero no podemos permitir que esos cerdos consigan sus propósitos, además aquí se demuestra quien es un hombre.
Sí, no te rías. Mira, te voy a contar algo divertido, pero no se lo cuentes a nadie. Verás, cuando entro en combate y mato algún enemigo, ¿sabes qué me ocurre, eh?. ¿No lo sabes?. Pues... que me pongo cachondo. ¡Ja, ja, ja... tal como lo oyes!.
Por cierto, ahora que me fijo, tienes una herida muy fea en el estómago, pero tranquilo, pronto vendrán los sanitarios y te atenderán, no te preocupes. Yo... es curioso, te ayudaría, pero acabo de darme cuenta que tampoco puedo moverme.¡Bah!, seguro que será una parálisis provocada por los nervios o alguna cosa así. pues no siento ningún dolor...
Lo dicho un permiso y vuelta a empezar.
¿Sabes?, no me importaría si no se acabara esta guerra. No, no me entiendas mal... No me gusta la guerra pero en la vida civil yo no era más que un triste oficinista en Berlín, al que siempre le caía alguna bronca y claro, no podías responder, si no te despedían. Y buenas estaban las cosas para conseguir empleo en nuestro país. En cambio aquí me siento importante. Ya me gustaría toparme ahora con el cerdo de mi jefe. ¡Pam,pam!. Con unos cuantos disparos, le haría cagarse en los pantalones. Se arrodillaría delante de mi pidiéndome, ¡qué digo!, ¡rogándome! mientras se le caía el monóculo que le dejara vivir...
¡Ah!. Eso si que estaría bien...
¡Mira, mira!. Suerte que estoy en esta posición y puedo ver la carretera, por ahí aparecen nuestros soldados cantando. No los oigo pero veo como mueven sus bocas. ¡Qué bravos son nuestros soldados!. Pronto vendrán los enfermeros y nos sacarán de aquí...
Ves, ya están aquí. ¿No te lo decía?. ¡Eh!. ¡Aquí, aquí!.
Qué raro. Tampoco parece que me escuchen. Sólo falta que me haya quedado sin voz. Pero es igual, no importa, ya están aquí.
Pero... ¿qué hacen yéndose esos idiotas?.
Claro, habrán ido por las camillas. No tengo que ponerme nervioso. Además, ya parece que vuelven... Pero... ¿Qué hacen viniendo con sábanas para envolver a los muertos?. ¡Idiotas!. ¡Primero los heridos!.
Pero... ¿Por qué me la extienden encima...?
¡¡Yo no estoy muerto!!.




De esta estúpida manera murió uno de los que estamos aquí... o quizás yo mismo.
La estupidez de la muerte inútil es algo que no tiene límites.
Claro que, en otras ocasiones, aunque el resultado final sea el mismo, no lo es y lo descubres al final.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Desde la puerta de atras 4ª y última parte

En la esclavitud del recuerdo




Despacho agencia AFTA delegación Barcelona. 11/3/90.
"En plena avenida Diagonal, a la altura de la plaza
de Calvo Sotelo. Ha sido detenido esta tarde y puesto a disposición judicial, Tootie caullka agregado cultural de la embajada de Zambia (antigua Rhodesia). Según parece, fue detenido por la policía sin oponer
resistencia después de haberle disparado una serie de
tiros en la nuca a una persona que según los datos
facilitados por la policía se llamaba Antonio Navarro Paz.
Se desconocen por ahora los motivos que han provocado este luctuoso suceso."
Las aguas cristalinas del Duero, eran el mejor lugar del mundo para pescar en compañía de mis amigos. Recuerdo, aquellos años de mi infancia en que los bosques de castaños fueron mis castillos en los meses de verano que mi familia pasaba en Soria.
Ese aire fresco que impregnaba el ambiente al atardecer y no hacia molesta una prenda más sobre mi cuerpo.
.- Si hubiera querido, te rebanaba el cuello -me dijo Gógol apartando el cuchillo de mi cuello.
.- Tú, Gogol, tienes suerte de que te he reconocido los pasos -conteste sacando la mano en la que empuñaba mi pequeña bereta presta a ser disparada. Durante unos segundos nos miramos y torciendo su boca en una especie de sonrisa complaciente se dio la vuelta, yéndose tan silencioso como había venido.- Y me llamo Gógol...acuérdate - me recordó perdiéndose en la espesura. Le caía bien, de eso estaba seguro. Ninguno del grupo hacia bromas con su nombre, solo a mi me lo permitía. Al principio, hace casi dos años, cuando llegue para unirme a este grupo en Lorenzo Marques, puerto situado en la costa de Mozambique a orillas del Indico. Rameras y gente de la peor calaña confluyen en este puerto de la Babel africana, donde la vida humana no supera casi nunca el precio de una fulana barata...
Cierro el diario manteniendo el deseo de seguir leyendo, como si de un relato ajeno a mi se tratara. Es mi letra, se que fui yo el autor, el héroe, el villano. pero por más que trato, me sigue dando la sensación, de no ser yo...



.- Hola Alfredo, tráeme lo de siempre -indico el visitante en tono familiar al camarero, encaminándose a continuación a una de las mesas del pequeño bar. Este, con sus paredes tapizadas de fotografías y viejos carteles de opera, parecía un pequeño reducto de principios de siglo. Pequeño, con sus sillones en rojo, sus mesas y sillas pintadas de un marrón oscuro y ambiguo, trasmitía esa tranquilidad de sentirte solo si querías, en medio de una multitud.
.- Buenas noches, señor mío...-dijo familiarmente el recién llegado, sentándose, mientras se sacaba la chaqueta.- ¿ A llegado Fernando ? -pregunto de nuevo a su interlocutor obligándole no sin desgana a levantar sus ojos del periódico.
.- No lo he visto. Además, no creo que aparezca ya a estas horas...-indico para finalizar volviendo a su lectura.
...Corrían malos tiempos en estos pagos. Los negros empezaban a protestar y a organizarse, recibiendo armas de algunos países del Este y lo que estos no les proporcionaban, lo compraban a los traficantes o simplemente lo robaban. Era un excelente mercado de muerte por catalogo...
.- ¿Que hace Antonio?, ¿hoy no pinta alguno de sus muñecos?. -comento con sorna el recién llegado mirando hacia el.
.- payasos...pinta payasos, déjale en paz.
.- No, si a mi no me importa. Pero no me negaras que esta como un cencerro. Cuando viene, o pinta esos engendros que llama payasos, o se queda como a hora, embobado y sin decir palabra. ¿No me negaras que esta mal de la azotea?.
.- ¿Por que no lo dejas en paz?, siempre que te aburres te metes con el y un día te puede contestar mal...-le indico su acompañante a modo de reproche.
.- ¿Ese? -exclamo divertido.- si es un calzonazos, es mas cortado que un gato de yeso. -Se mofo mientras reía.
.- A este tengo yo ganas de presentarle un día de estos a alguna amiga mía para podernos reír un rato...-acabo de comentar jocoso ante la mirada indefinida de su amigo.

Doy un trago a la copa que tengo delante y reanudo la lectura. Es de la única manera en que nadie me puede hacer daño. Encerrándome en mis recuerdos.
.-...con mi macuto al hombro y la bereta en uno de los bolsillos, me encamine hacia el lugar concertado antes de salir de Amsterdam. El café Inglés, pomposo nombre para un barucho situado entre el laberinto de calles que formaba el puerto.
La suciedad de aquellas callejuelas, el fétido olor que parecía brotar de cada uno de sus rincones, era el complemento perfecto al personal que deambulaba por sus calles. Mendigos, peligrosos pedigüeños a los que mejor dar algo, antes que se lo tomaran ellos por su cuenta. No era de extrañar tal impunidad. Solo corruptos policías, teóricos defensores de la ley, peores que los propios ladrones, deambulaban por estos pagos. Yo, con mi pequeña pero eficaz Bereta, no era una excepción entre esta abigarrada fauna que surgía de cualquiera de las callejuelas. Aquel que acataba la ley y no andaba armado, era un idiota o un suicida.
En aquel entonces, a mis treinta años, era (o mejor, me consideraba) un tipo duro. Exlegionario, tenía las suficientes peleas a mi espalda para creérmelo. Quizás, no debía haber hecho caso al canto de sirenas de aquellos tipos de la Legión que aparecieron en el C.I.R. al poco de incorporarme al servicio militar. Joven y con un carácter difícil, me sedujo el desparpajo de aquellos soldados. Con las camisas desabrochadas parecían reírse de nuestros cuellos duros de recluta. Sin pensarlo más me apunté a ese mundo que me parecía fascinante. Todo se fue al traste en la primera formación y con mi traje recién estrenado. Uno de mis dientes saltó del primer tortazo que me propinó un cabo mal nacido. Quizás por la sorpresa no reaccioné. Una suerte sino actualmente seguiría chupando trena en cualquier castillo militar. Un tiempo después todo fue más fácil dentro de lo que era la legión. Realmente era un cuerpo para hombres, para hombres de verdad. Broncas que yo tenía, otras en las que un legionario pedía ayuda y todo aquél que lo escuchara tenía que salir en su defensa siguiendo la máxima legionaria "al grito de a mí la legión, cualquier legionario que lo escuchara tendría que salir en defensa del compañero que esté en peligro, tenga o no razón".
Estos años en el interior de este cuerpo marcaron profundamente mi carácter, hasta el punto de sentir miedo al reencuentro con la vida civil. A los veintiocho años, salí con la licencia en el bolsillo. Al alejarme con el barco de Melilla noté la sensación de abandono, de enfrentarme a una sociedad a la que no estaba acostumbrado y que posiblemente me rechazaría. Pero aún así lo tenía que intentar. La muerte de mi madre, después de una larga enfermedad en un pueblo llamado Almazán, cerca de Soria y de mis recuerdos infantiles. Esa fue una buena excusa para acabarme de decidir.
Tras los funerales por mi madre, traté de reencontrarme con todo aquello que había significado algo. Volví a deambular entre los castaños, acariciando las cristalinas aguas del Duero. Nada era igual, quizás al principio la novedad que siempre da la lejanía en el tiempo, gente que no recuerdas y que dice acordarse de ti. Pero al poco descubres que no dejas de ser algo exótico entre aquélla fauna humana. Sencillos, con la historia de ayer contada hoy, pasaban el resto de sus vidas. Yo no tenía nada que ver con aquélla gente. Sólo los lugares que me eran familiares de pequeño con su silencio parecían comprender aquéllas ganas mías por salir corriendo de aquél lugar. Quise dar un último vistazo a todos esos lugares que idealizaron mi infancia. El impresionante castillo de Gormaz que perdió toda su grandiosidad de infancia para verlo de mayor como un montón de ruinas. Velasco deshabitado, abandonado al paso del tiempo, sólo alguna vaca testigo mudo de su pasado.
.- ¡Antonio!¡Antonio!. Corre, la pandilla del barrio del Moro nos atacan. Resuenan en mis oídos los gritos excitados de mis amigos cuando éramos atacados por cualquier otra de las bandas de muchachos que poblábamos aquellas zonas. Es curioso, esas voces habían permanecido ocultas en mi interior al igual que cosas que me seria imposible de poder explicar. Olores, risas frescas de camaraderia infantil. Tesoros de una infancia jamás recobrada. Se regodea el destino, aliado natural del pasado...
(No me sorprende, estoy escribiendo esto como si me estuviera ocurriendo en estos momentos. Y son recuerdos que casi olvidados, permanecían ocultos en mi mente. Ahora, los estoy notando vivos en mi. Estoy seguro que si cierro los ojos, volveré a sentir esas risas, olores...Seguiré escribiendo en presente. No importa que el espacio o el lugar no lo sean...son tan reales...
Empieza a llover, dejo como antaño que el agua se deslice entre mi pelo, que moje mi ropa. Pero no es lo mismo. No siento esa libertad infantil, a hora se que "eso" tiene un precio, que te la dejan tener en tu infancia de prestada, para vendértela cada día a plazos más caros. Tengo que huir de este lugar o me convertiré en uno de ellos. Lo que es peor, puedo perder mis recuerdos a aún vivos, para ingresar en la nomina de los desconocidos que pueblan el mundo. Nadie matara mis sueños, no quiero ser uno más...
Paro de escribir, si siguiera hoy escribiendo, me desanimaría y no es el momento...
.- Señor Navarro, me gustaría que fuera más puntual...-quisquilloso hijo de puta, no me incordies, desearía decirle a este lameculos indecente...- Lo siento señor Gómez, trataré de que no vuelva a ocurrir...-expreso con cara de arrepentimiento mientras el, parece perdonarme la vida.
.- Bueno, esta bien. Pero tiene que estos minutos representan dinero para la empresa...y a esta edad, ya no le seria fácil encontrar otro trabajo...-complaciente y baboso, me acompaña asta mi mesa de trabajo mientras sus lechosas manos, parecen dirigir mi hombro y con el mi cuerpo al lugar que me corresponde. La cabeza un poco gacha, en silencio, dejándome dirigir ante el encubridor silencio del resto. El viejo gallo se siente feliz. Yo, asumo bien mi papel. El día será un poco más largo, me sentaré en mi mesa, dejaré que mis recuerdos acudan sin llamar a la puerta. El bolígrafo trazara mecánicamente sumas y restas, yo no estaré aquí. Solo un cuerpo, prematuramente envejecido ocupara rendido este lugar. Alguna disimulada y compasiva mirada recibiré, eso no importa ya, el orgullo murió hace tiempo. Solo me queda el recuerdo...




CAPITULO II


Mi contacto, Dario Fichte, estaba situado en una mesa del rincón de aquel garito de puerto. Alguna mirada de desconfianza partieron de un par de mesas, pero a nadie más inmutó mi presencia.
Me acerque sorteando mesas y algún baso roto asta su lado. Cesaron las conversaciones y durante unos segundos los reunidos al alrededor de Dario y yo mismo, nos observamos en silencio. .- ¿Y tu que quieres? -pregunto uno de los presentes. Sonreía. Una sonrisa engañosa y fría acompaño a su pregunta. Grande, realmente grande era ese elemento. Parecía capaz, tranquilamente, de destrozarle a un toro el cuello con las manos desnudas y sin demasiado esfuerzo. Antes de que pudiera contestar, tercio Dario.
.- Tranquilos, es Antonio. Con el, estáis el grupo completo.
Acabo de decir con su fuerte acento alemán, indicándome una de las sillas para que me sentara.
.- Ese que te a preguntado, es Gógol. -Mientras, el sujeto al que se refería me lanzo un gruñido como saludo.
.- Rilke el checo, Henry un veterano de Vietnam, Franz, Milton, y como no. Abú el silencioso.
.-No me gusta tener un aprendiz entre nosotros...-indico despectivamente Franz. Nariz rota y casi sin frente,no parecía demasiado inteligente. No importaba, para matar no hacia falta y en eso, si parecía experto.
.- El día que necesite una niñera como tu, soy hombre muerto.
Conteste mientras este se ponía en pie.
.- Siéntate Franz, -dijo sin levantar la voz Abú. Pese a no ser ni la mitad de grande que el alemán, este se sentó sin decir una palabra.
.- Y en lo que respecta a ti...-dijo mientras me miraba a los ojos.-...Estoy seguro que no estorbaras, por que a la primera indecisión que yo note, te cortaré el cuello. -Acabo de decir mientras sonreía.
Con el tiempo, supe por que le llamaban "Abú el loco". Realmente es que lo estaba. Mataba con la misma facilidad con la que yo comía. No le importaba ni el sexo ni la edad del futuro fiambre. Solo le importaba el placer que le pudiera proporcionar. Realmente era un peligroso sádico paranoico.
En aquel mismo día, por la tarde, partimos en dirección a Rhodesia. El calor y el polvo de la carretera, fue nuestro único acompañante durante esas horas.
En silencio, casi religiosamente, cada uno de mis acompañantes fue durante este intervalo de tiempo, mimando sus respectivos arsenales personales. Con el mismo cariño que una madre mima a sus retoños. Desmontaron, limpiaron las piezas una a una, engrasandolas con aceite y volviéndolas a montar sin ninguna complicación. Todo fácil, era de lo único que se fiaban al final.
Algunos, hacían pequeñas incisiones en forma de aspa en sus proyectiles. La finalidad, era fácil de adivinar para cualquier neófito. Se abriría como un capullo al sol, provocando un buen boquete en el destinatario de esa bala.
Abú, prefería que las suyas de punta de mercurio, tan prohibidas como las Dum-Dum, pero bastante más sanguinarias, (si en la guerra, algo no lo es) .
Yo por mi parte, era bastante clásico. Mi pequeña Bereta, a la que le podía incorporar un silenciador. Una ametralladora ligera Sterling. Clásica pero ideal en la selva, y un buen machete. Casi me sentía ridículo ante la sofisticación de mis compañeros.
De noche cerrada llegamos en el todo terreno a una población, por llamarla de alguna manera. Cuatro barracas en un claro de la selva era todo. Una treintena de negros con armas de fuego de distinta procedencia. Algunos, con botas, la mayoría con cualquier otro tipo de calzado. Parecían campesinos a los que habían colocado un arma en las manos y unas monedas en los bolsillos.
De uno de los barracones, salió un nuevo elemento. Blanco, por supuesto, parecía el que mandaba aquella jaula de grillos, y rápidamente se dirigió a nuestro encuentro. Delgado, casi famelico, parecía algo ridículo dentro de aquel uniforme de combate. Tubo tiempo asta llegar a nuestro lado, de ladrar unas cuantas ordenes mezcladas siempre con una sarta de insultos.
.- Valla mierda que me habéis mandado...¿Que esperáis que haga con esto? -le espeto a Dario nada más llegar a nuestra altura.
.- Keach. Estas excesivamente nervioso, y eso no te va bien para el estómago...-Le contesto sonriendo mientras bajaba y trataba de alisarse el arrugado traje blanco camino de la barraca.
.- ¡Mierda!. Eso lo dices por que no estas tu aquí. -Siguió diciendo mientras se ponía a su lado visiblemente molesto.
.- Oye. -Corto Dario parándose un momento.- Hablamos dentro. ¿Te parece?. -Acabo de decir traspasando la puerta, seguido de todos nosotros.
Las sillas eran insuficientes para todos nosotros. solo tres de los que estábamos, pudimos ocuparlas, el resto se acomodo lo mejor que pudo. Unos de pie, otros en el catre que completaba la decoración. Una muchacha negra como el ebano, de amplia cadera y ojos bajos. Dejo, sin hacer el mínimo ruido, una botella de wisky encima de la mesa junto con unos vasos, desapareciendo de igual modo. Me recordó a las muchachas arabes de Melilla, siempre discretas, tratando de que no se note su presencia.
.-¿Como marchan las cosas por aquí? -pregunto distraídamente Dario mientras su mirada se centraba en la limpieza de uno de los vasos.
.- Bien. Perfecto...¿Como coño quieres que valla?. ¡Fatal! -exploto cogiendo la botella y echándose un largo trago directamente de la misma, ante la mirada reprovatoria de Dario.
.- En las dos últimas semanas, he perdido cerca de veinte hombres, ...y todo por culpa de ese mal nacido de Okoma.
.- ¿Sabes donde tiene su campamento? -le interrumpió Dario
.- No. Supongo que detrás de la frontera, pero no se gran cosa más. Parecen tener varios, ninguno aparentemente fijo...
.- Total...No tienes nada. -Sentenció Dario con cara de fastidio
.- Es curioso el tal Okoma. Otro, se conformaría con luchar dentro de las fronteras de Rhodesia. En cambio, este desgraciado, no -comento como hablando para si mismo Dario mientras se frotaba la barbilla dando unos pasos por la estancia.
.-...Si al menos, dispusiéramos de algún prisionero...-siguió comentando para si.
.- Por tener, tenemos uno...-dijo Keach no dándole mucha importancia.
.- ¿Dices que tienes uno?. ¿Por que no lo as dicho antes?. -Indico interesado Dario.
.- ¡Ba!. Es un crío. Le dimos cuatro hostias y lo único que emos conseguido, es que se pusiera a llorar. No sabe nada. -Aseguro sin darle mayor importancia Keach.
.- Tráelo.
.- Pero, si ya te he dicho...
.- Tráelo. ¿Lo he dicho claro?. Pues tráelo. -acabo de decir en tono contundente Dario.
Unos minutos después, aparecía por la puerta un muchacho no mayor de doce años. Asustado, se dejo conducir asta el centro de la estancia.
.- Que muchacho mas simpático. -Indico Dario sonriente mientras acariciaba sus cabellos. Quizás me confundiera, pero sus ojos expresaban un deseo carnal sobre el muchacho mal disimulado. Asquerosamente mal disimulado.
.- A si, que tu, ¿no sabes donde están tus amigos? -comento mientras una sonrisa que helaba la sangre aparecía en su boca.
Una asustada negativa por parte del muchacho, contesto a su pregunta.
.- Lastima...Abú. Acompaña al muchacho a su barraca, quizás en el camino, recuerde algo más...-Aquellas palabras, sonaron en mis oídos como una sentencia de muerte para el muchacho. Dario, sabia perfectamente a quien había elegido. Aquel día sabría, por que tenía el apelativo de "El Loco".
El río Limpopo, fue el último obstáculo. Esa frontera natural, separaba Sudáfrica de Rhodesia, nuestro destino final. Dos días hacia de nuestra partida del campamento. Abú, cumplió su trabajo. Teníamos un punto de referencia. Un pequeño macizo montañoso cerca de la frontera llamado las cuevas del diablo, por la gran cantidad de estas. Mas tarde me entere, que también sirvieron asta fecha reciente, para almacenar negros por parte de los vendedores de esclavos, antes de la travesía asta el puerto de Lorenzo Marques. Un sitio muy aprovechado.
Este era un lugar infecto. Lleno de bichos de todos los tipos era difícil conciliar el sueño en los ratos de descanso. Los árboles formaban una tupida red por encima de nuestras cabezas, que no nos dejaba en muchas ocasiones ni ver el sol. En la tierra las raíces se peleaban por salir a la superficie, dificultando nuestros pasos a cada momento. No. No se parecía en nada a los bosques de Soria. Esto era una batalla por la supervivencia.
Cinco días más tarde de nuestra salida del campamento, volvieron los exploradores que mandamos en vanguardia. Esto, calmo en gran medida al resto de negros que nos acompañaban, veinte en total. Los mejores que pudimos encontrar entre aquel conjunto de parías que formaban nuestro ejército, con el pomposo nombre de "Fuerzas Nacionales del Frente Antimarsista".


CAPITULO III


.- Señor Antonio. -La voz chillona, de la portera, seguía con insistencia llamándome a trabes de la puerta.
.- Señor Antonio, el procurador a vuelto a llamar. Acuérdese que debe dos meses del piso...- Me gustaría saltar y retorcerle el cuello a esa arpía. Pero seguiré observando esa cucaracha en el techo. Inmóvil, hace mas de una hora que no se mueve, esta a gusto entre la porquería que se acumula en este lugar. Los vecinos, se quejan de el olor que dicen, sale de esta casa. En cambio, ella es feliz. Si me acuerdo y acaso si salgo, bajaré alguna de las bolsas de basura. Tienen razón, hace olor la casa. Casi igual de putrefacto que en la selva. No me molesta, me hace recordar cuando aún estaba vivo. Sin querer sonrió. ¡Cuando aún estaba vivo!. No deja de ser gracioso dentro de la tragedia pensar eso. Yo que pagaría si tuviera dinero, por que alguien acabara con esta tortura en que se a combertido mi vida. El miedo mas profundo socaba mi confianza, en cada ocasión que traspaso esa puerta y tengo que enfrentarme a un destino anodino. Plagado de gente bulgar que en mi juventud no se hubieran atrevido ni a mirarme a los ojos sin temor. Hoy, el temor lo tengo yo de ellos.
Asustado, me enfrento cada día a esta selva de cristal. Temeroso cada mañana de ese día que empieza. Y eso, ellos lo notan y se aprovechan, consiguiendo que solo desee refugiarme entre estas cuatro paredes llenas de mugre y en mi soledad.




.-¿Cuanto le debo? -pregunto con un fuerte acento anglofono Tootie Caullka al taxista, al parar este delante de su embajada en Madrid. Bajando, contemplo el edificio durante unos segundos. Sonrió mientras se quitaba el abrigo. En Londres, seguía haciendo bastante frió, aquí, por el contrario ni una nube tapaba el Sol. Cerro durante unos segundos los ojos, para sentir la tivieza de ese calor. Era una suerte que hubieran pensado en el para sustituir temporalmente al agregado cultural. Un accidente de caza lo mantendría en cama durante un tiempo. En otro momento no hubiera pasado nada, pero coincidía con una serie de exposiciones y un ciclo de conferencias sobre su país. Ahí la urgencia de su traslado desde Londres. Sonrió, si, esto seria si salía bien, una excelente plataforma en su carrera diplomática.
En París, la Sorbona. El primer estudiante de su país en sacarse la carrera Diplomática con excelentes notas. Por cierto, y todo gracias a su gobierno, al gobierno del pueblo. Su primer destino, Londres. Primer ayudante del agregado cultural, y por fin esta oportunidad para su carrera y sobre todo, para servir a su país ¿que más podía pedir?. Acabo de pensar mientras traspasaba el umbral de la embajada.

Milton, a cogido unas fiebres. Se nota pese a que no lo quiere admitir. Esta noche pasada le tuvimos que despertar, la fiebre le hacia hablar en sueños, con el consiguiente riesgo de que alguien nos escuchara. Gógol, le propuso que volviera a la base. Se a negado diciendo que estaba bien, mal empezamos.
Hace una semana que salimos. Con los prismaticos puedo ver finalmente nuestro destino. Esta noche entraremos definitivamente en acción. Con seguridad los nervios de estos últimos días se calmaran. Una luna en su apogeo, parecía llenar la noche de luz. Era una ocasión magnifica para sorprenderlos o también, para caer en una encerrona. Esto lo pienso hoy, tres semanas más tarde. En el campamento, con la libertad que da el rememorar el pasado, donde todo es previsible por haber acontecido. Más en aquel entonces, solo era consciente de tres cosas. La primera, era que tenía que hacer auténticos esfuerzos para no saltar el primero disparando mi ametralladora, los nervios y el miedo, ganaban terreno a mi confianza. El olor de la muerte, siempre llega antes que esta y eso, también lo descubrí esa noche olfateando un inexistente y particular aroma que la mayoría ya conocía y que les parecía tan natural como la tierra bajo sus pies. Finalmente, y esto lo descubrí más adelante. El recuerdo permanente de aquellos que an sido tus primeras víctimas. Fantasmas que nunca te abandonaran. Serás capaz, de olvidar otras, pero jamás las primeras.
.- Prepárate, tu y yo, junto a un grupo de estos, -empezó a decirme Rilke situándose a mi lado.- empezaremos a escalar esas rocas, nos situaremos a una altura que dominemos la situación. El resto, aprovechando la sorpresa, atacara de frente.
Nos fuimos colocando en nuestro objetivo. Sabia que los demás estaban pendientes de nuestros movimientos. En cualquier momento espera el sonido de una bala que me tuviera a mi como objetivo. Nada rompió el silencio, ocupamos nuestro puesto en la batalla.

Tootie Caullka, pese a saber perfectamente los compromisos que le esperaban, dedico unos minutos a ojear la agenda de su predecesor en el cargo. Todo era exactamente como le habían indicado, pero todo era diferente. Las páginas del diario, la solidez de la mesa de nogal, le indicaban que eso era el poder. El principio del poder. Con el tiempo, por que no, un ministerio. Mas tarde...Mejor no adelantar acontecimientos...Por ahora. Lograban confundirle en ocasiones esos sueños de poder que sin remedio le asaltaban en algunas ocasiones, y esta era una de ellas. Estaba seguro de no traicionar sus ideales revolucionarios con estas ideas. pero eso, tampoco le tranquilizaba en su interior.. No podía ser mala esa sana ambición de mejorar para mayor orgullo de su pueblo. Entonces, ¿por que no acababa de sentirse bien?.
Cerro de golpe la agenda de trabajo, como si al hacerlo encerrara también sus pensamientos. Dentro de unos días, se celebraría la exposición en el palacio de Pedralbes de Barcelona, eso era lo que importaba en esos momentos. Tenía que salir bien. Realzaría los logros de la Revolución en su país, dándose a conocer en España. También seria un punto a su favor. Y...¿por que no?, se lo merecía. Pensó mientras se dejaba undir en el sillón de piel de antílope y sus pensamientos dibagaban hacia un futuro prometedor.

Hacia calor, pero no tanto como para sentir mis manos empapadas. Casi me asustaba más la mirada oculta en la noche de Abú, pendiente de cualquier atisbo de miedo por mi parte, más incluso, que el peligro que teníamos delante de nosotros . Savia que me vigilaba, estuviera donde estuviera, que a la menor sensación que el creyera notar de miedo o indecisión , me asesinaría tan fríamente como hizo con aquel crío. No pude seguir pensando, para mi suerte, la explosión de un par de granadas, seguido del ruido ensordecedor de las armas, tensó mi cuerpo. Automáticamente, empecé a disparar a todo lo que se movía delante de mi. Veinte minutos más tarde, acababa la escaramuza. Solo un pequeño destacamento de guerrilleros estaba en aquel lugar. Veinte, para ser exactos, de los cuales solo sobrevivieron tres. Por ellos, mejor dicho, por uno de ellos, supimos que el tal Okoma, había salido hacia tres días, en dirección a la pequeña población de Nakatú, a un par de días de marcha de donde nos encontrábamos. Decidimos salir al día siguiente. Aquella noche no fue fácil dormir. Por orden de Gogol, los tres supervivientes, fueron dejados en manos de los negros que nos acompañaban. Sus gritos, nos recordaron durante largas horas en la noche, los deseos de venganza de esta gente. Sobre las tres de la mañana, Gogol se levanto y los remato de un certero tiro a cada uno, pese a las protestas de nuestros negros que vieron truncada su diversión. No lo hizo por compasión hacia esos desgraciados. Fue mas simple, no podía dormir.
Milton, esta cada vez peor. Gogol, a decidido mandarlo de vuelta al campamento con dos de los negros que nos acompañan. Ya son cinco menos en la expedición, tres que se marchan y dos que perdimos en el ataque. No me gusta.




.- ¿Deseas cenar algo Antonio? -
Luis, es una de las pocas personas amables que conozco. Con un gesto le indico que no. En los últimos días, casi no he comido. Y es curioso, no tengo hambre. Si a mi cuerpo no le importa, a mi tampoco. Pienso mientras mis dedos, trazan con el rotulador un nuevo payaso. Siempre el último es diferente, quizás este sea más triste. Pero, ¿acaso no lo son todos?.
Ese imbécil se esta volviendo a reír de mi. Tendría que levantarme y partirle una botella en la cabeza, para ver como sus ojos de besugo se le salían de las orvitas. Pero no lo haré. Seguiré aquí, callado, con mis payasos y este diario recuerdo de otro tiempo. Callado. Ya no me hierven los insultos la sangre. Me da la sensación, de ser un recuerdo de mi mismo. La copia defectuosa de otro Antonio, el original. Solo mi diario me mantienen vivo, y es al mismo momento el purgatorio en el que me revuelco para recordar que alguna vez, fui alguien.

Mal asunto. Regresamos al campamento sin Haber conseguido nada más. En el camino, encontramos a Milton y a los dos negros que le acompañaban. Están todos degollados y colgados de un árbol. No es un espectáculo muy agradable...



.- ¿Señor?. -La azafata me a despertado. Le doy las gracias mientras recojo el periódico del suelo. Odio viajar por Europa en avión. Todo lo que se distingue desde el aire, parece hecho por el mismo patrón. Hoy, veintinueve de Febrero. Es igual de gris, en cualquier parte de este viejo y caduco continente. Africa, es otra cosa. Algún día, nuestro continente, será la meca del poder. Pensó, mientras una agradable voz de mujer, recordaba la obligatoriedad de abrocharse el cinturón. Abajo, podía distinguirse Barcelona. El recepcionista le sonrió amablemente mientras con un gesto, indicaba el equipaje al botones.
.- La suit del señor esta preparada, si quiere acompañar al botones...- Indico gentilmente el recepcionista sin dejar de sonreír.
La mañana y gran parte de la tarde, se paso, entre trámites burocraticos de última hora. Un voluntarioso consulado honorífico, Había realizado parte del trabajo. Acostumbrados, a dar someras explicaciones sobre nuestro país, junto a las consavidas guías turísticas. Este trabajo, le venia grande por todas partes. Ilusionado y deseoso de querer quedar bien, la persona sobre la que recayó este trabajo, no dejo casi que me cambiara de traje. Como he dicho, toda la mañana y gran parte de la tarde, fue dedicado a cosas tan elementales como localizar un restaurante que sirviera unas copas durante la recepción, o la comprobación de la lista de invitados.
Estaba satisfecho. Las últimas luces del día se debatían por subsistir mientras él salía del recinto del Palacio de Pedralbes. Rechazó el coche y prefirió pasear por la ciudad, siempre podría coger un taxi. Le gustaba caminar. Era una buena forma de pensar, de estar con sigo mismo. Curioso, se dedico a observar todo lo que se mostraba ante sus ojos. No le desagrado, no se podía comparar a París ni muchisimo menos, pero tenía un cierto encanto que la hacia atrayente. De repente, se quedo totalmente helado en medio de la calle. Hipnotizado. Incapaz de mover un músculo. Sintió un zarpas de miedo, que pareció partirle el corazón. Sus ojos, se quedaron clavados en un sujeto que venia de frente. Descuidado en sus ropas, de edad indefinida, estaba en la barrera de parecer un pedigüeño bien vestido. Indiferente, paso a su lado a un ritmo cansino, casi arrastrando sus pies.
Como un autómata, Tootie incapaz de pensar por si mismo, le siguió durante varias calles. Finalmente el sujeto, penetro en una vieja escalera.
Tootie, se quedo totalmente parado, como hipnotizado delante de la puerta de acceso. Incapaz de reaccionar, su cabeza se lleno de imágenes que habían permanecido dormidas en el interior de su cerebro. Notaba el sudor saliendo de sus poros pese a la baja temperatura. Era miedo, el mismo profundo miedo que sintió...




CAPITULO IV

An pasado varios meses desde nuestra última incursión contra el famoso Okoma. Gogol, esta obsesionado desde la muerte de Milton. En los demás componentes del grupo, se nota de otra manera. No se pronuncia su nombre, pero se nota que nadie a olvidado aquel suceso. Pese a mantener escaramuzas constantes con estos elementos sudversivos, todos parecen sedientos de enfrentarse una vez más al tal Okoma. Y por que no, yo también...
An pasado tres días desde la última vez que escrivi algo en este diario. Hace unos minutos, Abú, a interrumpido en mi habitación. Solo me a indicado, que dentro de media hora tenemos una reunión. Algo a tenido que pasar, en sus ojos he tonado la misma alegría que cuando se dispone a matar a alguien.
.- Hace unos días... - Empezó a decirnos Gogol cuando nos tuvo a todos reunidos.-...Henry, junto a un grupo de estos monos, logro eliminar como todos sabéis, a un grupo de esos asquerosos contra los que luchamos. Uno de ellos, pese a estar herido. Con muy buen criterio por parte de Henry, fue traído asta aquí. Todos pensábamos que no sobreviviría y si lo hacia, no nos aportaría nada. Pero, nunca hay que perder la esperanza. - Dijo y por primera vez en bastante tiempo, sonrió mientras proseguía.- Abú, esta vez no fallo, antes de morir, el desgraciado en su delirio, confundió a Abú con su jefe Okoma. Dijo que se moría y que no pondría asistir a la reunión de los jefes de la resistencia que se tenía que celebrar. Al poco rato, volvió a la realidad y Abú, le hizo el favor de mandarlo con sus antepasados. - Acabo de decir seguido de una larga carcajada.
Volvimos a pasar la frontera, como en otra de tantas incursiones. Solo que en esta ocasión el objetivo, por primera vez estaba a nuestro alcance. El lobo y el cordero, iban a ocupar el lugar que les correspondía por lógica.

Cerca de cuatro días de marcha, nos costo llegar a nuestro objetivo. Enclavado cerca del pequeño y desgastado macizo de Montrou, estaba situada la aldea. Chozas de madera y adobo, iban a alojar a los principales líderes de la revuelta. LLegamos un día antes de que esta se celebrara. Los setenta mejores hombres de los que disponíamos, fueron seleccionados uno a uno por Gogol. Los rebeldes por su parte, tenían una fuerza ligeramente superior a la nuestra. Unos ciento y algo de hombres, componían sus defensas. Confiados, permanecían tranquilos formando pequeños grupos. Un par de fosos con metralletas, eran su defensa más seria, ante un hipotético ataque en el que no creían. Gogol, estaba seguro de que el pánico y el desconcierto, se adueñaria de esa pandilla de negros en cuanto comenzara el fuego. Yo por mi parte, no estaba tan seguro, pero prefería pensar como Gogol. .- Estarán todos. Con un poco de suerte también estará Okoma.
Realmente Gogol, estaba obsesionado con ese elemento.- ¿Como sabrás quien es?. - Le pregunte mientras el seguía mirando obsesivamente con los prismaticos. Recuerdo,que tardo unos segundos en contestar. Dejo que los gemelos calleran sobre su pecho, antes de contestarme.
.- Un líder, brilla sobre los demás...siempre es así. - y diciendo estas escuetas palabras, volvió a cogerlos.
La espera, duro casi dos horas. Durante este tiempo, no permitió que nadie del grupo hablara, fumara, o cualquier otra cosa que pudiera delatar nuestra presencia. La tensión, se fue acumulando mientras, el fuerte calor no ayudaba precisamente a relajar esta situación.
Vuelvo a escribir, Gogol, nos a llamado al grupo. Finalmente localizó a Okoma. No muy alto, con una ligera barba de chivo, camina con cierta solemnidad por el poblado. Tenía razón Gogol, tiene la pinta de un líder y sin hacer nada, parece que lo proclame a los cuatro vientos. Gogol a decidido atacar al anochecer. Estas son las últimas líneas asta que esto acabe...Si sobrevivo.







Me toco el brazo y ahora no me duele. La sangre, es muy aparatosa y al principio asusta. Mejor seria decir al final, pues no me di cuenta asta entonces.
Me cuesta poner en orden las ideas para poder escribir. Todo parece haber pasado en un segundo, pero a habido momentos eternos en esta batalla. Será mejor empezar por el principio.
A las nueve de la noche, cuando el sol se estaba ocultando, Gogol, nos mando llamar para ultimar los planes. Franz y Abú, se encargarían de uno de los flancos, con ellos marcharían un tercio de los negros que venían con nosotros. Kilke y Henry, se encargarían del otro flanco junto al otro tercio. Finalmente, Gogol y yo junto al resto, atacaríamos por el frente.
Los centinelas, fueron puestos fuera de combate con relativa facilidad. Ninguno de ellos, esperaba problemas tan lejos de los lugares de combate. Del que yo me ocupe, solo noto el frío acero cuando le corte la garganta. Un ligero estremecimiento recorrió mi cuerpo al notar el calor de su sangre. Por suerte, la rapidez de los acontecimientos me lo hizo olvidar con prontitud.
De repente, la noche quedo rota por una explosión de gritos, y luces provocadas por las deflagraciones producidas por todo el armamento que entro en acción.
Las balas trazadoras, parecían indicarme el camino de la lucha.
Cerca de mi, exploto una granada. Sin saber como, me encontré dentro de uno de los nidos de ametralladoras. A mi alrededor, cuerpos retorcidos bañados en su propia sangre. Nervioso, con el dedo en el gatillo fui recorriendo con la vista aquellos cuerpos mutilados. No era agradable.
Dispuesto a salir a campo abierto, un movimiento a mis espaldas me hizo volverme mientras apretaba el gatillo. Durante unos segundos, nuestras miradas se cruzaron. El, con la sorpresa y el miedo pintado en la cara. No tendría mas de doce años. Yo, no podía quitar la vista de la sangre que con prisas, salía de su pecho. Asustado, perseguido por la mirada vidriosa del muchacho, salte disparando del foso. Grite como un loco sin dejar de correr y disparar. Tenía la sensación de tener detrás al muchacho con aquella mirada vidriosa acusándome en silencio.





La taza de café, temblaba en sus manos. Había tenido que refugiarse en un bar. No tenía forma de frenar sus recuerdos. Estos, acudían a raudales a su cabeza.
Aquello que los médicos definieron como amnesia parcial. Que le obligo a permanecer en manos de médicos durante unos años y que casi logro truncar su futuro. Hoy salía con fuerza, apartando todos los demás pensamientos. Pedía paso y no admitía demora. Esa cara, había roto los cerrojos de esa puerta.






Hoy, era un día especial en la aldea. Durante varios días, esperaban impacientes los mayores la llegada de los líderes. Pese a solo tener nueve años. Yo, Tootie Caullka, me sentía una persona responsable. Todos los muchachos de la aldea, sabían que no tenían que hablar con ningún extraño, ni aunque fuera negro, de nada de lo que iba a ocurrir. Así lo habían echo durante todo este tiempo. Mi padre y dos de mis hermanos, volvían a la aldea después de estar muchas semanas fuera. Los tres pertenecían a la guerrilla que luchaba por la independencia de nuestra patria. Yo, también cuando fuera un poco más mayor, podría tener un rifle para luchar. Ahora, pensaba con fastidio, tenía que ayudar a mi madre en la casa y a los hermanos pequeños, era un fastidio, pero al menos, mis hermanos mayores me permitían limpiarles las armas cuando estaban en casa. Pronto, yo también tendría la mía.
Esa noche, no pude dormir en casa. Gente extraña, amigos de mis hermanos, luchadores como ellos, dormirían hoy en la casa. Me an mandado a la casa de Osié. Es mi amigo, y dormí con el esa noche. Pronto, nos mandaron a la cama. En la oscuridad de la noche, nos explicamos las experiencias de ese día con emoción contenida. Yo, envidiaba un poco a Osié. Era un año mayor que yo, y claro, tendría un fusil antes. Además, uno de sus hermanos murió en un combate. Lo trajeron, y todo el pueblo asistió al entierro. Desde aquel día, se convirtió en el mayor de los hermanos, otra razón para que le dieran un fusil antes que a mi. Pero no me importaba, también era mi mejor amigo.

Todo empezó en un momento. Una explosión, nos despertó sobresaltandonos. Los gritos de dolor, se mezclaban con el fragor de las explosiones. Asustados, nos cogimos el uno al otro. Mientras tanto, las luces de los incendios iluminaba fantasmalmente la noche. Parte de la casa desapareció con una nueva explosión. Asustados, nos levantamos mientras Osié gritaba llamando a su madre. Esta, al igual que sus hermanos más pequeños, estaban muertos, bajo los escombros de la otra habitación. Cogidos de la mano, salimos de la casa. Un hombre, con la cabeza destrozada y unos ojos inexpresivos, parecía querernos impedir el paso a un mundo de horrores en el que se había convertido nuestra aldea. Con el fusil todavía entre sus manos, solo fue como un espejismo antes de que se desplomara a nuestros pies.
Cogí el fusil y con la otra mano arrastre a Osié por las callejuelas hacia mi casa. Hombres y mujeres, parecían correr sin rumbo fijo,solo guiados por el pánico, entre aquella alfombra de cadáveres que parecían sembrar nuestro poblado.
Me pare de golpe, en frente, tenía mi casa. Una de las ventanas había desaparecido, y en mi mentalidad infantil, mas me parecía la boca de un demonio riéndose de nuestra desgracia, que otra cosa. Un humo negro salía por la única puerta de la casa. Gritando, entre seguido de Osié. A unos pasos de mi, asomaba manchada de sangre, la mano de Atobu, el mayor de mis hermanos. La mesa caída, tapaba parcialmente su cara, como una broma macabra. Parecía guiñarme un ojo, en sus últimos espasmos en la puerta de la muerte
A mi lado, Osié parado como un maniquí, con los ojos perdidos en una esquina de la casa. Estaba totalmente ajeno a todo el drama que estaba ocurriendo. Algo se había roto dentro de el.
Como si el peligro hubiera dejado de existir, avance entre las ruinas de lo que había sido mi casa...

Durante unos segundos, la mirada se me a quedado perdida en el fondo de la taza. Como de un abismo profundo, parece subir todavía el fuerte olor a carne quemada. La sensación que entonces sentí y que jamás pude explicar, de tristeza infinita que se fue apoderando de mi, a cada segundo que pasaba en aquel infierno.
...Penetre, en la alcoba de mis padres, empujado por alguien invisible que parecía no querer que mi sufrimiento acabara. De repente, un grito agonico de suplica salió de mi boca. A los pies de la cama, mi padre, con su cuerpo dibujando una extraña figura, llacia con los ojos abiertos y su mano izquierda cogiendo con fuerza una de las mantas. En la cama, mi madre estaba siendo golpeada sistemáticamente y con saña, por otro hombre de color que yo no conocía. Ante mi grito, el hombre volvió la cabeza y durante unos segundos, se quedo mirándome mientras una sádica sonrisa se formaba en su boca. Sin prisas, con movimientos que a mi se me antojaban lentos, dejo caer el cuerpo exhausto de mi madre, mientras con la otra mano alcanzaba el fusil. Incapaz de moverme, presenciaba todo el ritual que anunciaba mi muerte. Otro grito, un grito de rabia contenida. Osié, se lanzo sobre el desconocido mientras el silencio de ese momento era roto por un seco estampido. Osié, pareció quedarse enganchado a ese hombre mientras su sangre salpicaba mi cara y parecía despertarme. No se el tiempo que paso, los dos calleron sobre la cama. Osié, en un abrazo de muerte, con sus ojos pareciendo querer reclamar la justicia de otro mundo mejor. El hombre, haciendo desesperados movimientos para quitárselo de encima. Todo pareció acabar en un momento. Cuando un agujero negro y profundo, se formo en la frente del extraño. Mi manos, que asta entonces habían permanecido como muertas, reaccionaron. Un solo disparo había salido del arma que tenía en mis manos. Fue suficiente. La vida pareció salir corriendo de su cuerpo, para irse desplomando poco apoco sobre la cama.
Una devil voz, pronuncio mi nombre. Una vez. Otra, seguidamente. Mi mente pareció reaccionar y como si la vida volviera a mi cuerpo pronuncie el nombre de mi madre mientras corría a refugiarme entre sus brazos llorando todo mi miedo.
Arropado por ellos, pareció acabarse aquella pesadilla. Nada, absolutamente nada, parecía importar. Sus manos acariciaban mi pelo como en tantas ocasiones en que tenía miedo, consiguiendo que desapareciera.
Un ruido, alguien mas entraba en la casa. No importaba. Ya, nada importaba. Ella, me fue separando de su cuerpo pese a mi resistencia. Le hubiera querido gritar que no se fuera, que no importaba ya nada, que solo quedábamos nosotros. Que daba lo mismo morir, si estábamos juntos.
Grande, sentada y con mi cabeza entre sus piernas. El fusil entre sus manos, parecía desafiar a todos los que a mi me pudieran hacer daño. Un hombre blanco, apareció por el quicio de la puerta. Nervioso, con manchas de sangre por todo su cuerpo y una ametralleta en sus manos, pareció dudar ante nuestra presencia. Durante unos segundos pareció no transcurrir el tiempo. De repente, el infierno volvió. Mi madre, levanto su arma para apartarla, ya nada parecía importar. Sonó una ráfaga y mi madre se desplomo. Su cara, se junto con la mía en una macabra unión. Y la oscuridad se formo delante de mis abiertos ojos.
La misma cara, el mismo hombre que había asesinado a mi madre, la aparto de encima de mi cuerpo. Nos quedamos mirándonos. Quería gritarle. ¿Por que?. Ella solo quería apartar el arma. ¿Por que la mató?. Pero ninguna palabra salió de mi boca. Solo su cara permaneció guardada en mi mente durante todos estos años. Como una pesadilla constante. Hoy, volvía definitivamente a mi esa parte de mi vida.










La resistencia, parecía acrecentarse a medida que pasaban los minutos. La sorpresa inicial, dio paso a una lucha feroz. Gogol, había menospreciado a esta gente. Toda la ventaja, estaba de nuestra parte y pese a eso, luchaban como titanes por cada palmo de terreno. No parecía importarles su vida.
Entre nuestras filas, empezó a cundir un poco el desconcierto ante esa resistencia no esperada.
El miedo, provoco que aquello se convirtiera en una carnicería. Cada hombre, buscaba con ainco alguien a quien matar a que le matara.
Niños, mujeres, ancianos. No se formaron distinciones a la hora de matar. Nada importaba, cualquiera era un enemigo. Apoyado en una pared, lo pude observar. Uno de los negros que venia conmigo, me ataco con su fusil a modo de garrote. En sus ojos, solo miedo y desesperación. Ni tan siquiera me reconoció. Una docena de balas segaron su vida.
Nadie, parecía saber cual era su objetivo. En un caso, solo sobrevivir a esta carnicería.
Penetre en una de las casas. Destrucción y muerte, como en todas las restantes. Me disponía a salir, cuando un ruido procedente de la otra habitación, capto mi atención. Con el arma presta, penetre en ella. Sobre la cama, una mujer abrazando un crío y con un rifle en una de sus manos, parecía dispuesta a defender a su hijo ante el mismísimo diablo. A sus pies, como muñecos rotos, se exparcian una serie de cadáveres. Ni Dante, hubiera podido describir aquella escena.
Basta de muertes. Había decidido salir de aquella casa sin disparar mas. Durante unos segundos, en aquel intervalo de tiempo en que nos estuvimos mirando, aquella mujer y yo, paso por mi mente la cara de Abú. Se sentiría orgulloso de mi el hijo de puta. ¿Por que tuvo que mover aquel maldito rifle?. Fue instintivo. La mujer levanto el arma y yo dispare. Así de sencillo. No quería, lo juro. Solo, solo quería salir de aquel infierno. En que la locura, que a todos los desgraciados que interveníamos en aquel drama nos estaba contagiando. No logro recordar mucho más. En un período de tiempo que me pareció interminable, logre salir del poblado. Necesitaba respirar algo de aire limpio.
La batalla, parecía tocar a su fin. Aquello que tenía que ser un paseo triunfal, se había combertido finalmente en una batalla cruenta, difícil de imaginar. Logramos ganar por decirlo de alguna manera, pero a que precio. Ciento setenta "enemigos", quedaron diseminados por la pequeña población. Hombres, mujeres y niños de la más diversa edad, eran el premio a nuestro ataque. Algunos, lograron escapar. Pocos, pero entre ellos estaba Okoma. Lo supimos al buscar entre los muertos y los pocos supervivientes del pueblo. No estaba. Gogol, pareció volverse loco. Empezó a gritar y a destrozar todo aquello que se ponía a su alcance. Parecía que el mismo diablo hubiera buscado refugio en su cuerpo. Finalmente, pareció caer en un silencio místico. El ruido del crepitar de las llamas de los recoldos de fuegos, que todavía permanecían encendidos, era lo único que lo alteraba. Vencedores y vencidos, esperábamos su reacción. Unos minutos más tarde, habrio los ojos, y mirándonos a todos pareció vernos por primera vez. Sonrió, con esa mirada fría que no presagiaba nada nuevo.
.- Muchachos. Nos vamos. - Empezó a decir.- Pero antes de irnos, les dejaremos un recuerdo...!Matarlos a todos!. - Grito como un poseso mientras disparaba contra un grupo de prisioneros.

Marchamos de regreso a nuestro campamento. Detrás, un pueblo envuelto en llamas y casi setenta de los nuestros, que jamás regresaran. Kilke, Henry y Franz, están entre ellos.













CAPITULO V (y final)


No me a costado mucho encontrar un arma. Como imaginaba, en la embajada se guardan varias.
Quiero verle la cara antes de dispararle. Necesito ver el miedo reflejado en su cara cuando este a punto de dispararle. Después le mataré.
Hace frío. Le estoy esperando desde las siete de la mañana. Veinte pasos me separan de su portal y el tendrá que salir por esa puerta en un momento o otro. Hace frío, pero me sudan las manos. Tengo que controlarme, ahora soy yo el cazador, no debo sentir miedo de un viejo desarmado.
Ya sale. Empiezo a caminar hacia el. Los temblores aumentan sin que los pueda dominar y no me atrevo a mirarle a la cara. La pistola parece quemarme la mano en mi bolsillo y tengo que hacer titánicos esfuerzos para no salir corriendo de aquel lugar. Pasa a mi lado. No he sido capaz. El, sigue su camino calle abajo. Yo, dejo caer mi cuerpo contra un árbol, mientras temblando lloro como un crío asustado.
En mi cabeza, Osié, mi madre, padre y hermanos. Parecen reprocharme mi cobardía. Me cojo la cabeza con las manos, esas risas destrozan mi cabeza. No lo resisto mas, con un grito que parece salirme del fondo de mi corazón, me levanto. Como un zombi, camino calle abajo. La pistola, bien cogida en mi mano.
Ahí esta. Una calle mas abajo, lo alcanzaré.
En esta ocasión no quiero mirarle. Voy desgranando como un susurro, los nombres de mi familia, de mis amigos. Mis ojos, no pueden apartarse de su nuca. !Dios, que no se vuelva!. Le tengo miedo asta de espaldas.
Es el momento, casi estoy junto a el. No puedo fallar.
Mi mano se crispa sobre la pistola mientras apunto a su cabeza. Un grito, se detiene. Se va a volver, !tengo que disparar!, o no me atreveré. Disparo mientras empieza a volverse. No parece caer y vuelvo a disparar mientras grito.
La gente se aparta. gritos y carreras, no me importan. Me inclino sobre él. Esta muerto. La sangre, forma un charco alrededor de su cabeza manchando mis pantalones. Estoy de rodillas llorando, pero estoy tranquilo. Todo se a terminado finalmente. Mi pesadilla a muerto con este hombre.











Barcelona a 11 del Marzo de 1990
Estas, serán las últimas notas de este diario. Finalmente, pienso que he reunido el valor suficiente para lo que deseo hacer.
Es curioso, me encuentro tranquilo y sosegado. Hoy, finalmente realizaré lo único que me puede salvar de no volverme loco. Me voy a suicidar. Suvire caminando a una de las torres de la Sagrada Familia, y me tiraré. No será doloroso. Llevaré mi documentación y este diario. Cuándo lo lean, entenderán que no estoy loco. Que no fui un cualquiera y que por eso tomo esta decisión. No espero perdón ni comprensión. A lo hecho, pecho.
Antonio Navarro Paz











Ultimas palabras para vosotros
Serían miles de historias más, las que os podriamos contar. Yo por mi parte, estoy como os he dicho, incluido en una de ellas.
En esta despedida, no desearia estar igual de caustico que al principio, pero la realidad no se puede enmascarar con ningún cosmetico. Para remate, asta lo malo del mundo en que habitais, nos lo tremos aqui. Me vuelve a doler la pierna, seguro que llueve en el lugar donde naci y vivi. Ni muerto me libro de esa molestia. Supongo que por cosas como estas, le llaman purgatorio a este maldito lugar escondido en el culo del firmamento donde nos toca morar sin remisión.
Posiblemente, durante alguna de nuestras historias, hayáis sentido como si una mano con guante de terciopelo, desenpolbara algún recuerdo oculto en el interior de ese lugar que solo a nosotros pertenece. ¿Recordais?. Si hombre, aquel momento desagradable que es mejor haber olvidado. Que lograba hacerte volver a la memoria, las falsedades de las que te rodeas cada dia, para olvidar la miseria humana que corretea a tu alrededor. ¿Recuerdas?. Pobreza, miseria, cobardias... ¿Hace falta recordartelas una por una?.
!!Claro que si!!.
Claro que lo teneis que tener presente. Si no, ¿como prodriais saber que estais vivos?.
Y esto os lo recuerdo con rabia. Por que seguis conserbando aqello que nosotros perdimos, la vida.
Quizas, muchos de vosotros acabaran acompañandonos en este lugar, no os lo niego. Pero al menos, teneis una minima oportunidad de elegir. A nosotros, no nos queda ni eso. Nuestras cartas, fueron jugadas hace mucho tiempo. No importa el tiempo que cada uno de nosotros haga que esta en este lugar, es tan cruel este martirio, que a todos nos parece el mismo.
Más, si aún asi, despues de haber leido alguna de nuestras historias, seguis pensando que vuestra vida no merece una reflexión. Tranquilos, sera que teneis vuestro propio libro en el corazón, con lo cual no hay problema. Pues entonces, seguro que teneis vuestro cielo o infierno (que nunca se sabe) definido en buestro destino.
Pero, tampoco os teneis que preocupar si os es indiferente. Como os dige al principio, aqui hay mucho sitio libre.
Tranquilos os esperamos con cariño.
Supongo, que ya sabreis quien soy yo. No me importa si pensais que no merecia estar en este lugar o acaso, lo crontrario.
Huelo en el aire otra guerra, otra nueva carne de cañon que vendra a engrosar nuestras filas. No me pregunteis donde. Mirad a vuestro alrededor, ¿no escuchais los jinetes?. Seguro que estan corriendo en alguna parte del mundo. Acaso...¿No los inventamos nosotros?. ¿No les dimos el nombre y su mision en esta santa tierra?. Adios, para algunos. Hasta pronto, para otros.