lunes, 28 de enero de 2013



La pérdida.



Hoy volví a encontrarme con viejas letras perdidas o acaso olvidadas en

el fondo del cajón. Las miré sin disimulo apartando facturas sin pagar,

 de esas que la vida te recuerda que están en el debe de tu pasar por

esta vida. Miro una de ellas al azar, Manuel, sí, sí, lo recuerdo bien. Fue

sobre el 97 creo, más concretamente en Abril. Me ayudó en aquellos días

aciagos con su compañía, con su buen hacer en esos días en que la vida

te golpea con la crudeza que quizás te ganaste a pulso. Recuerdo que me

hundí en la miseria, perdí amigos, perdí todo y sólo él estuvo.

Un par de años más tarde, todo me iba viento en popa y un amigo común

me habló de Manuel; estaba en la ruina, esta vez le tocó a él. Un amor de

infaustas consecuencias que le llevó a ese abismo de donde es difícil salir. Sí,

sí, quise ir en su ayuda más hoy, por cosas urgentes; al día siguiente por

otros aconteceres que no recuerdo, no acudí a saldar mi deuda y así, ese

mismo amigo, dos meses más tarde, me avisó por si quería ir al entierro.

Manuel se había suicidado, no pudo aguantar más o quizás, simplemente

se cansó de luchar. No fui, tenía una reunión a la que no podía faltar y

desde ese día, esa factura siempre está en este cajón del escritorio. La veo

cuando lo abro y suelo romperla como otros tantos papeles de mi pasado;

mas, cada vez que vuelvo a abrir ese cajón, aparece de nuevo impoluta

esa factura, ya no me extraña verla, ni otras tantas a las que presto más o

menos atención .

Supongo que un día tendré que pagar todas esas facturas, no sé cómo ni

cuándo, pero ahí están para recordarme que soy deudor de mí mismo.


Voy con las puntas de los dedos cogiendo una a una las pequeñas y

escurridizas letras, éstas por su parte, parecen jugar al gato y al ratón con

mis dedos. Veo la “uve doble” esconderse en la ranura de una esquina

del cajón, la “e” se arrastra debajo de una póliza de pago ya caducada

y yo, mecánicamente, voy en su busca y captura. Un rato de pesca, una

astilla del viejo cajón que parece quererlas ayudar alargando su triste

agonía de ser cazadas, hiriendo uno de mis dedos. Con rapidez lo retiro y

automáticamente lo chupo con presteza antes de proseguir ese acoso a

las letras restantes que quietas, parecen haberse rendido a la evidencia de

ser cazadas una a una.


Sobre un papel blanco se amontonan una sobre la otra, rendidas,

exhaustas, viendo la luz después de tanto tiempo ¿Cuánto hace que no

volvía a poner letras sobre un papel inmaculado?

Durante unos segundos reflexiono, no, sinceramente ya no lo recuerdo

¿Fue el año pasado o quizás el otro? Durante unos segundos siento el

desconcierto, no soy capaz de recordar cuando escribí mi ultimo cuento y

eso, me hace sentir inseguro.

Sonrío. Recuerdo cuando antes, las letras salían solas del cajón, alegres

dicharacheras ellas, bailaban al son de mi imaginación, componían

sinfonías para los ojos .

“Había una vez…”

“ En aquel viejo páramo…”

“Su mirada vino hacia mí…”


Ellas solas, esas letras que hoy me rehuyen, que escapan de mis dedos

temerosas de mi; esas mismas letras antes eran alocadas historias de

amor, de tristeza, de todo aquello que estaba vivo. Ahora parecen

rehuirme y cada letra, cada frase que en este tiempo escribí y que terminó

en la papelera, fue escrita con sudor y lágrimas, frases forzadas, letras

encadenadas a mis dedos, obligadas más por mi obcecación que por mi

inspiración. Fracasos antes de nacer.


Ya está, no falta ninguna; las cuento varias veces, más algo no está bien.

Amontonadas sobre ese papel, que parece más una mortaja que no el

reino donde se plasmará aquella historia que llevo tanto tiempo deseando

escribir. Pero no, las miro ahí amontonadas sin vida, sin esa vitalidad que

desprendían y que, a mí, me hacían sentir vivo ¿Qué está fallando?


Como una explosión en la cabeza sé lo que falta. Con un temor

irreverente, mi mano vuelve a introducirse en el cajón, nervioso voy

apartando las facturas de mi vida sin contemplación. Ahora no importan.


Nervioso, termino sacando el cajón, con violencia y volcándolo sobre la

mesa mientras mi corazón palpita aceleradamente.


Rebusco una, dos, tres veces los mismos papeles, cualquier rincón de

ese cajón en busca de una grieta milagrosa donde se hubiera podido

esconder.

Abatido, rendido ante la evidencia, me dejo caer sobre la silla mientras

miro esas letras amontonadas sobre el papel y un par de lágrimas rebeldes

se deslizan en silencio. Son el prólogo de un llanto desconsolado ante la

pérdida de lo mas valioso, de lo más importante que aun guardaba en la

recámara de mis sueños.


Oigo de fondo acercándose el final; sus pasos anuncian su próxima

llegada. Esto se acaba. Porque perdí lo mas importante, eso que me hacía

revolver este cajón de vez en cuando, con esa esperanza que nunca se

pierde.

En ese cajón, ya no esta la ilusión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy emotivo...
y todos tenemos facturas
olvidadas en los cajones,
que nos persiguen hasta
que las saldemos

gracias!