sábado, 25 de febrero de 2012

Primer día de Agosto

Primer día de Agosto

Mi querida Carmen,  hoy es el primer día  de agosto y por fin llegamos al que parece que será nuestro destino final, creo que el pueblo se llama Codo, no ando muy seguro la verdad. Nos dieron un rato para comer después de quince horas viajando hacinados en estos viejos camiones. No término de acostumbrarme a eso de llevar todo el día un fusil en la mano, ya sabes, me sentía más cómodo con la azada en nuestro pequeño huerto pero, es la guerra, ya sabes porque marche. Una vez entraron los falangistas en nuestro pueblo todo fueron venganzas, viejas rencillas y odios acumulados. No importaba si eran rojos o no, aquello  fue terrible ¿recuerdas lo que le paso al Anselmo? Era un buen hombre, nunca se metió con nadie y era querido en todo el pueblo, lo mataron por rojo en la plaza del ayuntamiento y tanto tú como yo, sabemos que era mentira, el alcalde estaba interesado en sus tierras, nada más. Aquella misma tarde me aliste, se que te dejaba a ti sola con los niños pero, tenia que protegerte a ti y a nuestro pequeño terreno. Hace mucho calor aquí y te imagino en el huerto recogiendo lo que luego comerán nuestros hijos, esperemos que esto termine pronto y pueda volver con vosotros. Como odio esta guerra absurda entre hermanos, nunca la entenderé. No puedo seguir escribiendo me llaman para que formemos, en total, somos sesenta y siete personas.
Te quiere Tobías tu amado esposo, dales un beso muy fuerte a los niños y diles que cada día los recuerdo.






Hoy estamos a día tres de Agosto. Lo primero es pedirte que me disculpes Carmen, ayer nos hicieron ir de un lado para otro aquí en Belchite, construimos zanjas por si llegaran los tanques de los rojos pero, tranquila, creo que era más por tenernos entretenidos que porque vayan a llegar de verdad. También nos acomodaron en distintas casas del pueblo, yo ando alojado en casa de una mujer viuda prematuramente envejecida, creo que a su marido y a su hijo mayor, los fusilaron a los pocos días del alzamiento, eso me lo comento Antonio, uno de los que llegaron conmigo pero, que se entera de todo, ya me conoces, soy retraído para conocer gente, a el, parece no importarle que no sea muy hablador, creo que le es indiferente, el habla por los dos.
Adela, así se llama la mujer que me acogió, aunque seria mas sincero decir que le impusieron mi presencia. Como te decía,  Adela es aun más silenciosa que yo, los ratos en que pude estar en su casa no me habló más que lo mínimo, parece tener miedo a decir la palabra equivocada o quizás, simplemente a que yo, pueda informar de algo de ella. Sabes que eso jamás lo haría Carmen pero  entiendo su miedo, esta guerra nos esta volviendo temerosos a todos, los rumores hacen mas victimas que las balas.
No se, escribo aun a sabiendas de que esta carta como la anterior, aun no se la pude dar a nadie para que te llegue, pregunte al capitán y me dijo muy seco, que esto es una guerra, pero como parece que no fui el único en pedírselo, antes de despedirme, me indico que estaba en ello, que seguramente en unos días podríamos mandar y recibir la correspondencia. Sé, que de ti no recibiré ninguna aun, pues hasta que te llegue la primera, no sabrás donde mandármelas.
Esta noche soñé contigo, estabas en la huerta con los niños, se te veía feliz recogiendo nuestra pequeña cosecha, gracias a Dios, esos pocos metros que nadie quería, aquel pedregal en el que nos deslomamos tu y yo hasta sacar la ultima de las piedras que parecían florecer cada día cuando volvíamos al tajo.
¿Recuerdas como me enfadaba yo? ¿Como me salían sapos por la boca cada mañana cuando íbamos y tenia la sensación de que incluso había más piedras que el día anterior? Recuerdo como te miraba enfadado con el mundo y tú, sonriendo mientras yo despotricaba, te agachabas y colocabas en tu faldón una piedra detrás de otra, me hacías a mi sonreír y  sin decir palabra, me agachaba  también y empezaba a sacarlas con brío. Fueron muy duros esos comienzos pero era feliz, tu sonrisa hacia que esos días los recuerde con mucho cariño.
Tengo que dejarte cariño mio y no, no me olvido de María y Julián nuestras amados pequeños, pronto será el cumpleaños de María, justo en tres días contando hoy, dales a ambos un fuerte beso y diles que tengan presente a su padre en sus oraciones que yo, cada día antes de dormirme, os tengo a los tres en mis pensamientos.
Te quiero Carmen jamás lo olvides.
















22 de Agosto de 1937
Te prometí escribirte todos los días y no lo estoy cumpliendo querida mía. Me angustia lo vivido estos días, las cosas no terminan de ir bien. Si, ya se que es una guerra pero, la inquina, los odios y miedos parecen llenar todos los espacios. No deja de ser curioso, estas poblaciones son fieles al alzamiento, tenemos las armas y teóricamente, los que eran fieles a la republica huyeron o están muertos y en cambio solo ves en el ambiente miedo, miradas huidizas o retadoras, nadie parece fiarse de nadie.
Pero es cierto que hay algo que me preocupa por encima de todo ello, tu Carmen. Las cartas que te voy escribiendo siguen en mi bolsillo, languideciendo en la oscuridad. Cada día que pasa, un poco mas arrugadas pero cada día las saco de su encierro  y las releo,  porque no hay manera de que salgan de aquí, no soy el único, si no fuese por el miedo a un posible consejo de guerra (que hoy en día se dan con suma facilidad sin necesidad de juez) las protestas de todos nosotros serian unánimes, desde que vinimos, ni hemos recibido ninguna carta ni podemos mandar ninguna, finalmente nos dijeron que era para evitar que el enemigo supiera donde están nuestras fuerzas. Ninguno de nosotros termina de creérselo pero, nadie alza la voz. El miedo tiende a ser patrimonio de vencedores y vencidos.
No se si esto lo censuraran o no, si esta carta saldrá finalmente hacia su destino o no, esto de ser un simple empleado de esta guerra es lo que tiene. Pero a alguien necesito contárselo por que si no, estas cosas se pudren dentro como una mala cosecha.
Ayer presencie por primera vez en directo la locura más absoluta. Ceferino, uno de los muchos que como yo, se vieron involucrados en esta guerra que no entendían murió, según supimos después, pisó una de las minas que se habían colocado en las afueras del pueblo para evitar que nos sorprendiera el enemigo si atacaba de noche, por suerte para el murió al instante, tenia cercenadas las piernas y la cara destrozada.
Pero que fuera un accidente provocado por esas minas que se colocaron, se supo más tarde. Al principio todos nos volvimos locos creyendo que estábamos siendo atacados empezando por nuestro propio capitán que jamás antes había entrado en combate como me entere un día por uno de los veteranos. Aquellos primeros momentos fueron una autentica locura de carreras y algunos tiros, mas provocados por el miedo que por nada mas pues no había ningún enemigo al que disparar. Al rato se comprobó que no estábamos siendo atacados por nadie pero el estado de nervios de todos, empezando por el capitán no disminuían. Corrió el rumor sin que nadie supiera de donde venia, que a Ceferino, la había matado una bomba colocada por los rojos escondidos en el pueblo y al poco rato, estábamos todos sacando a la gente de sus casas y reuniéndolas en la plaza, junto al ayuntamiento y ahí, fuimos acumulando un montón de personas vestidas de miedo. Todos los dedos estaban prestos sobre los gatillos, unos armados, los otros asustados.
El capitán les pidió a gritos que delataran a esos traidores, nadie habló, nadie parecía saber nada, solo mostraban rostros llenos de miedo. La rabia y el desconcierto se reflejaba en la cara del capitán, sabia que todos estábamos pendientes de el y durante unos segundos el silencio en aquella plaza se impuso sobre los lloros y plegarias. Por una calle lateral apareció Antonio del que ya te hable junto a otros compañeros, traían atados con unas cuerdas a tres republicanos que estaban encerrados en un almacén antes incluso de que yo llegara al pueblo. Los rostros de esos desgraciados reflejaban las marcas de los interrogatorios a los que seguramente fueron sometidos.
Fueron colocados contra la pared de la iglesia, de cara a la gente y creo que en esos momentos todos estábamos igual, expectantes, asustados sin ser capaces   de prever que pasaría, solo esperando las decisiones que el tomaría.
Se puso de cara a la gente y con las manos en jarra, pareció dejar pasar intencionadamente unos segundos antes de hablar. Todos los ojos estaban depositados en el, parecía Dios en esos momentos para todos esos desgraciados.  No dijo nada, cuando todos le estábamos mirando, se dio la vuelta y sacando su pistola, descerrajo un tiro limpio en la sien de cada uno de ellos, fue el único sonido que se escuchó, se dio la vuelta mientras los tres cadáveres alfombraban sus pies. Les dijo con una voz sin ningún tipo de emoción que esto solo era el comienzo hasta que apareciera el cobarde que había puesto la bomba, que se marcharan y no se movieran de sus casas. La gente fue abandonando la plaza en un silencio lleno de gritos de desesperanza mientras nosotros callábamos sin animo de replica, esto es la guerra pensé. Pocas horas después se supo finalmente de donde procedía esa mina que había segado la vida de nuestro compañero.
No debo seguir escribiendo hoy, te estoy traspasando toda mi frustración…mi propio miedo y eso no debe ser así cuando solo desearía tenerte cerca para abrazarte con todas mis fuerzas, perdóname mi amada Carmen, seguramente mañana me será mas fácil escribirte unas líneas.
Tu amado esposo.














24 de Agosto de 1937
Mi querida Carmen, hoy empezó la guerra para mí. Esta mañana, a primera hora, cuando en casa los pájaros anunciaban el nacimiento del día, aquí fue el anuncio del infierno. Aun dormía plácidamente en mi cama cuando un ruido ensordecedor lo atronó todo. Gritos, lamentos, maldiciones y disparos me hicieron salir corriendo de la habitación. En el comedor agarrada a una silla la señora Adela, parecía querer aguantar la casa con sus manos agarrando con fiereza esa silla mientras su pequeño, aterrado, se agarraba de igual manera a una de las piernas de su madre, durante unos segundos nos miramos sin decir nada, parecíamos buscar respuestas en el silencio de nuestras bocas.
 Otro estallido, este mucho mas cercano hizo temblar totalmente los cimientos de la casa, agarre el fusil, supongo que mas buscando una seguridad en mis pasos que otra cosa y abrí la puerta de la casa. La panadería que había justo enfrente, ya solo era un montón de ruinas humeantes. La gente corría arriba y debajo de la calle buscando quizás que la suerte le apartara de esa próxima bomba que escupían los aviones que pasaban por encima del pueblo. De repente, todo el miedo que tenia desapareció, quizás fuese la tensión, quizás el propio miedo no lo se pero, me quede en el quicio de la puerta mirando a esos pájaros de muerte hambrienta escupir su reguero de destrucción. Te juro Carmen que era incapaz de moverme mientras los gritos de los heridos, de los desesperados, llegaban a mis oídos como algo lejano, algo que no podía ser mas  que una pesadilla de la cual aun no había despertado.
Un golpe, un ligero reguero de sangre bajando desde mi frente y el ruido seco de una teja rompiéndose a mis pies me devolvió a la realidad, aquello no era un sueño nada mas, era la guerra en toda su crudeza.
En realidad, el ataque de la aviación solo duro un rato, unos minutos para ellos, una eternidad para nosotros, me fui hacia nuestro punto de reunión, nadie lo había mandado pero creí que seria lo lógico. En el camino, rodeado de cascotes y pequeños incendios, surgían aquí o ahí personas aunque quizás, sea más correcto decir trozos. Cuerpos desmembrados, llenos de polvo con la sangre buscando ansiosa rincones donde esconderse. Me cruce con Antonio, un compañero, caminaba sonámbulo por en medio de la calle, parecía ido totalmente de esta realidad, al cruzar por delante mio lo quise parar para que fuese conmigo y cuando así lo hice,  vi horrorizado como en su mano derecha llevaba a modo de recuerdo su otro brazo. Todo se me nublo durante un segundo, las piernas me flaquearon y soltándole, me puse a vomitar, no podía parar, me estaba ahogando en mis propios vómitos, querían salir mas rápido de lo que yo era capaz de sacarlos, me arrodille sin fuerzas mientras llenaba mi camisa de ellos  que junto con mis lagrimas y durante unos momentos, fui incapaz de contener, ese llanto de desesperanza, de rendición que escapaba de mi cuerpo.
Una mano se posó en mi hombro. Luciano, el cabo estaba detrás mio, en su cara vi el miedo pero… ¿sabes? En ese momento solo vi el valor de ser capaz de estar de pie mientras yo, solo quería cerrar los ojos para despertar de esa pesadilla. Estiró de mi y solo me dijo que teníamos que reunirnos con los demás Mientras caminaba, busque con la mirada a Antonio y su brazo, no podía quitar de mi cabeza esa imagen, creo que me acompañara toda la vida.
Hace unas horas que todo esta en calma, si no fuera por las ruinas, los muertos y los heridos, casi se podría decir que no había pasado nada pero, no, no fue así, casi un centenar de muertos dejó el bombardeo, soldados, mujeres y niños, no importaba, la muerte recogió su cosecha sin miramientos.
Es curioso, quizás del cansancio de lo vivido, quizás de la resignación o el alivio de no estar entre los muertos me hace estar muy tranquilo ahora y sin querer o quizás queriéndolo, no lo se, me fijo en el resto de compañeros. Algunos parecen aceptar con resignación lo que hay, a tres o cuatro los vi rezar pero la mayoría, parecen tener la calma del conejo cuando se ve dentro de la trampa y sabe que no puede escapar. El alcalde, aquel pavoso falangista que acompaño a los soldados y guardias civiles al principio, buscando con ahínco a los rojos para acompañarlos hasta la tapia del cementerio según me contaron, ahora esta junto al capitán, ambos muertos de miedo, se les ve aunque traten de disimularlo, ambos creían que esto ya estaba acabado y ahora, no saben como disimular ese miedo. El capitán parece mas firme, claro que no le toca otra, el alcalde parece pensar mas en los que no mató, quizás vuelvan pidiendo venganza, nunca se sabe.
Parece ser que al norte, Quinto y Codo ya cayeron en manos de los republicanos y no, no son unos cuantos. Gente que pudo escapar habla de miles de soldados con tanques y artillería. Se lucha desesperadamente cada rincón, cada palmo de tierra y mi capitán, no para de pedir refuerzos y solo recibe ánimos y la consigna de que resistamos, esto pinta muy mal querida Carmen. No quiero ser pesimista pero, hice un hatillo con estas pocas cartas que pude escribirte, si, quizás no sean muchas pero en ellas, esta todo mi corazón cariño. Ahora más que nunca me gustaría ser el cartero que las depositara en tus manos, ver tus ojos, abrazar a nuestros hijos, no, nos merecemos esta separación tan cruel que no elegimos. Me llaman, me toca a mí la guardia y no podré escribir, solo me faltaría que me hicieran un consejo de guerra si me vieran escribiendo mientras tengo que vigilar.
Te quiero Carmen, dales un abrazo de los nuestros, de esos de minutos a los pequeños y recuérdales lo mucho que los quiero.
Tu amado esposo Tobías










29 de Agosto de 1937

Mi querida Carmen, hoy mate por primera vez en mi vida,  fue esta mañana en la Ermita del Cueyocal. Atacaron por la mañana a primera hora. Infantería sin tanques, eran muchos y nosotros no demasiados, solo teníamos a favor la altura de la pequeña loma donde esta la Ermita. Vinieron en oleadas, locos por alcanzar la cima y supongo que con tanto miedo a morir como el resto de nosotros y a la primera envestida me hirieron, tranquila Carmen pues fue más un rasguño aparatoso que otra cosa, un compañero me lo vendó y ahí quedo la cosa.
Era muy joven, quizás no tendría mas de quince años el muchacho al que abatí. Venia corriendo como un poseso con su fusil blandiéndolo al aire, tenía que estar muerto de miedo para correr de esa manera. Disparé sin mirar, estaba seguro que no le había dado pero de golpe se paro, te juro que pese a la distancia estoy convencido que me miro fijamente, tenia cara de incredulidad, como si en ese momento se hubiera dado cuenta del absurdo de morir en aquel páramo. Los hilos de la vida parecieron romperse de golpe, como si un tijeretazo segara aquella vida y se desplomó. Seguí disparando como un autómata durante las horas que siguieron hasta nuestra retirada, nos mandaron replegarnos y sorteando el cementerio que ya había caído en sus manos, volvimos siete de los veinticinco que subimos a la ermita.
Son cerca de las diez de la noche, aun funciona el reloj que me regalo tu padre en nuestra boda. Esto se acaba cariño mío, hace un rato, el capitán nos reunió a los supervivientes, en total somos cuarenta y tres contando los heridos. Nos lanzo una arenga, hablándonos del honor y la patria, que éramos el último baluarte ante esa horda de rojos que querían destruir la patria y follar a nuestras mujeres, era curioso, en esos momentos pensé que en el otro bando, les estarían diciendo palabras muy parecidas antes del último ataque. Alguien tenía que ir a buscar refuerzos mientras los demás peleábamos hasta la última gota de nuestra sangre. Curiosamente, fue el alcalde y el capitán, los que decidieron “sacrificarse” junto a tres más, para traernos esos refuerzos. Nadie protestó, estábamos demasiado cansados, demasiado desanimados y conscientes, de que ninguno de nosotros saldrá vivo para ver de nuevo el amanecer. 
Cariño mío, sé que son las ultimas líneas que escribiré,  si algún día las lees, no llores, solo siento rabia por no poder expresar en palabras todo el amor que siento por vosotros, por no haber podido tener mas tiempo para darte Carmen todo lo que te prometí que lograríamos juntos, por darte ese ultimo abrazo. Ahora pienso que no te supe decir nunca lo mucho que te quería, lo poco que valía mi vida sin ti, pero te juro por lo más sagrado que no temo a la muerte, temo el no volverte a ver. El no ver crecer a ese par de zagales a los que amo con toda mi alma.
Esto se acaba, parece ser que vienen por nosotros, te quiero.


















-¿Qué haces mama?
María sabía perfectamente que estaba leyendo su madre. Ya hacia dieciocho años que papa había partido a la guerra y nunca más volvió.  Un año mas tarde, le comunicaron que había muerto como un valiente defendiendo Belchite y por eso tenemos esta pequeña tienda de ultramarinos que entre nuestra madre y Julián, llevamos. Junto al pequeño huerto del que madre nunca se quiso desprender.
Desde que padre marchó, mi madre cada día, escribía unas líneas y nos decía- ya veréis como pronto, recibimos carta de vuestro padre diciéndonos como le va, así que nosotros, cada día le escribiremos contándole como nos va- y así, día detrás de día, mi madre esperaba esa carta que nunca llegó, ella no cejo y diariamente, nos sentábamos los tres en la mesa y ella escribía esas cuatro líneas en la que nosotros como un juego también participábamos.
Y en los días como hoy, en que sin decir nada ni pedir permiso, la tristeza viene a visitarla para recordarle su ausencia, entonces ella, se viene a la trastienda, sus ojos se apagan y se encierra junto a sus cartas jamás mandadas y las lee una por una. Hay una complicidad entre los tres cuando llegan esos momentos, sabemos apartarnos, acaso traerle un café bien caliente una sonrisa al mirarla y nada más, no hacen falta palabras en esos momentos.
-dime hija-
Dice Carmen levantando la vista mientras la sonríe tiernamente, sabe que a menos que sea importante, su hija no la interrumpiría. Ya no llora al leerlas, el tiempo seco sus ojos y ya saco todas las lagrimas necesarias, ahora, cuando las lee solo esta con el y acaso, asoma una tierna sonrisa recordando.
-Hay fuera un señor que insiste en hablar con usted, no quiere decirme nada, solo a insistido en que si usted es la mujer de Tobías-
Le termina de decir María mientras sin poder evitarlo, nota un temblor extraño en sus manos y un nerviosismo que no sabe a que achacar.
Carmen, desconcertada y sintiendo como el corazón le da un salto le indica que le haga pasar.
Alto y muy delgado aparece por detrás de la cortina que separa la tienda de esa pequeña estancia. Durante unos segundos, ambos se miran sin decir palabra bajo la atenta mirada de Julia.
-Mi hija me a dicho que deseaba hablar conmigo…- Dejando estas palabras en el aire, Carmen se sienta indicándole la silla que hay junto a ella-
-Discúlpeme por interrumpirla, vengo desde Barcelona expresamente-
Empieza a decir el hombre nada mas sentarse. Su aparente serenidad se ve comprometida ante el nerviosismo evidente de sus palabras-
-Pues usted dirá que es eso tan importante y sobre todo, de que conoció a mi marido-
-Vera señora Carmen, me gustaría explicarle algo para que lo entendiera antes de ir al grano, espero que me disculpe…-
Le dijo rogándole con la mirada que le dejara explicarse y mientras, Carmen sin decir nada,  lo miró y asintió quedándose en silencio.
-Mi nombre es Pedro Alcántara y teniendo diecisiete años, me aliste para luchar en el bando republicano, en agosto del 37 fuimos mandados al frente de Aragón, se estaba lanzando una ofensiva sobre la zona de Belchite…perdone ¿podría darme un vaso de agua si no le importa?-
María fue por uno y se lo puso mientras tomaba asiento también, no sabía que les contaría ese desconocido pero, todo lo que pudiera decir de su padre, era bien llegado después de tantos años.
-Como le decía, en esa ofensiva del ejercito republicano, fuimos miles los que participamos, en mi caso, muerto de miedo, pues jamás antes había disparado un fusil- dijo sonriendo por primera vez desde que llego.
Durante unos segundos no dijo nada, parecía dudar de que palabras utilizar para narrar aquello que le había traído hasta ahí.
-En la noche del veintinueve de agosto del treinta y siete, lanzamos el ataque final sobre el ayuntamiento, el último reducto donde resistían los últimos hombres. Cuando yo entre, ya no quedaba nadie vivo, solo había muerte y desolación, me mandaron revisar a los muertos por si había documentación o algo importante y así lo fui haciendo hasta llegar a un hombre que estaba tendido en el suelo y que parecía tener agarrado con fuerza unos papeles, logre abrirle la mano finalmente pensando en que serian unos documentos que podían interesar al mando.
Más cual fue mi sorpresa, al ver que solo se trataba de una serie de cartas atadas con un cordel. Me puse en una esquina y fui leyéndolas una a una y cuando termine, decidí que tenia que entregar esas cartas a su destinatario, solo disponía de unos nombres y un pueblo.-
Prosiguió mientras sacaba de su bolsillo de una americana de pana raída, el conjunto de cartas y los dejaba encima de la mesa.
Carmen, tenia la sensación de que no podía alargar esa mano en su busca. Unas letras descoloridas asomaban en una de las esquinas y si, conocía esa letra, la conocía muy bien.
María, tomo finalmente la iniciativa y estirando el brazo, las cogió con una terrible delicadeza, como si se fueran a romper mientras miraba a su madre. Sin atreverse a desdoblarlas.
-Me hubiera gustado traérselas antes pero, finalizando la guerra fui hecho prisionero y luego, como a tantos, tuve que hacer la famosa mili del biberón, casi tres años. Mi salud que nunca fue muy buena empeoro y cuando volví a mi ciudad, pase cerca de un año con una enfermedad detrás de la otra, nada que después y gracias a mi madre y sus desvelos, no curara una buena alimentación. Por eso tarde tanto, no se si hice bien o reabrí viejas heridas, espero me disculpen si fue así pero…a mi, me abría gustado que lo hicieran por mi – terminó de decir  mientras se disculpaba.
Sin decir palabra, Carmen alargó la mano mientras María depositaba en su mano esas cartas.
Pausadamente, en medio del silencio de los tres, abrió las cartas e inspirando fuertemente empezó a decir mientras leía…”Mi querida Carmen hoy es el primer día de Agosto…”

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