Hoy es nuestra despedida, nuestra última cena juntos. Así tiene que ser, un año juntos desde que la inicie y hoy, frente a
frente, en ese restaurante que tanto le gusta celebramos esa cena tan especial.
Ella, vestida con ese vestido de noche de un granate sangre muy escotado,
terminado en punta cerca de su ombligo y la espalda al aire que tanto me gustó
el día que fuimos a comprarlo. Tacones de aguja y como única ropa interior, su
piel. Esta brillante, no esperaba menos de ella, al entrar me miró desde la
puerta, bien recta, mientras la gente del restaurante volvía irremisiblemente
los ojos hacia ella. Andando despacio, dando tiempo a que todo el mundo la observara
y siguiera hacia la mesa. Se sitúo sonriendo a mi lado mientras en mí, sin
decirle nada afloraba otra sonrisa y cogiendo mi mano, la besó sin decir una
sola palabra antes de sentarse junto a mi.
Los dos sabíamos desde que
vino por primera vez a mí que este tiempo tendría una fecha de caducidad y así,
sin preocuparnos del tiempo fuimos viviéndolo. Llego a mí a través de una amiga
de ambos que nos presento. Alta, buen tipo pero enferma de sus miedos. Nunca
pudo ser ella ni sacar todo lo que llevaba dentro y le quemaba en las entrañas.
Tenía novio, novio de esos de
toda la vida, lo quería más, el sexo para ambos ya no pasaba de ser algo
cotidiano, algo previsible.
Pasiva por una fuerte educación religiosa y
por temer sacar lo que sentía, vivía en una preciosa cárcel de moralidad
impuesta de la cual no tenía llaves para salir. Fueron meses en que aprendió a
sacar todo el placer del que era capaz de dar y de sentir. Aprendió a hablar
sin reparos y sin miedos de esa sexualidad que la atormentaba, sin sentirse
juzgada y lo más importante, aprendió a vivirla. Aprendió que cada vez que se
arrodillaba delante de mí, se levantaba más fuerte, más poderosa y a
trasladarlo a su pareja, sin prisas, despertando en el deseo más profundo por ella.
La cena discurrió tranquila,
con miradas cómplices de los que no necesitan ya palabras y sonrisas sinceras,
con el orgullo presente de no sentirse culpable de nada ninguno de los dos.
Le prometí que esa noche le daría el mayor de los
regalos sin decirle cual era. Salimos en su coche camino de una masía cercana. Un
amigo que me la prestó.
Durante el trayecto no
hablamos mucho, a los dos el silencio cómplice nos hacia sentir la magia de esa
noche, a mi por saber todo lo que pasaría, a ella ante esa sorpresa inesperada
que le hacia sentirse otra vez como una niña que espera su regalo mas deseado
sin saber cual será. Llegamos a la masia de noche cerrada, con un manto de
estrellas sobre nuestras cabezas al descender del coche. Cogiendola de la mano
la conduje dentro de la casa dejándola caminar delante mío mientras subíamos
las escaleras hasta el primer piso.
Ella sabía que me encantaba
como movía las caderas y así, fue ralentizando sus pasos durante todo el
trayecto. La desnude despacio mientras la miraba y veía en ella ese temblor
como la primera vez que lo hice y como sus ojos brillaban de puro placer. La
bese despacio, prolongando ese beso indefinidamente mientras mi lengua recorría
la comisura de sus labios y se retiraba cuando ella deseosa, acercaba la suya.
La fui tomando delicadamente esa noche, sin un azote, sin nada mas que la peor
de las torturas, prolongando su deseo hasta q sus gemidos llenaron la estancia
reclamando poder llegar a ese orgasmo, solo entonces, cuando ni su cuerpo ni su
mente podían esperar mas la monte como la perra en celo que era y con fuertes
sacudidas fui tomando ese culo que tantos placeres nos proporciono. No, no quería
un simple orgasmo, quería hacerla desmayarse de puro placer para ambos. Al cabo
de un rato, mientras ella recuperaba la respiración en la cama salí de la
habitación dándole como única despedida una sonrisa, al cabo de diez minutos
estaba de regreso con un pañuelo de seda entre mis manos.
Ven y arrodillate- la dije sonriéndola mientras ella,
desconcertada así lo hacia. De mi mano fue bajando los escalones con el paso
inseguro del que tiene que confiar en otro.
Desnuda, fui disfrutando de la visión de su cuerpo en ese trayecto hasta
que, situándola en el centro de la estancia, me agache y después de darle un
ligero beso en el lóbulo de la oreja le dije..
¿Recuerdas pequeña mía cual era tu sueño mas
pervertido, mas deseado?..
Durante unos segundos pareció pensar hasta q sonriendo
llena de vergüenza me dijo..
Si Señor, lo recuerdo perfectamente..
Le quite el pañuelo de seda y los vio. Siete hombres
estaban de pie desnudos, sonriendo acariciándose sus miembros mientras ella,
sorprendida me miraba y yo sonriéndola le dije.
Querida niña, siempre deseaste probar un bukake, fue
tu sueño q creías que nunca lo tendrías, este es mi regalo le dije mientras me
sentaba en un sillón y tomaba una copa de brandi de la mesa cercana. Los
hombres se fueron acercando a ella mientras al principio tímida, fue tocando
sus miembros, cualquiera de ellos que estuviese cerca y disfrutando mientras su
mirada y su sonrisa me buscaban a cada momento.
Un par de horas mas tarde bajábamos camino de
Barcelona en el coche, ella orgullosa como una niña, yo complacido de haberle
dado ese regalo.
1 comentario:
Cada vez más perfecto este relato puede competir y estoy segura de que ganaría, me encanta no dejes nunca de escribir sabes que leo todo con gran interes�� un beso grande desde Madrid
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