La pérdida.
Hoy volví a encontrarme con viejas letras perdidas o acaso olvidadas en
el fondo del cajón. Las miré sin disimulo apartando facturas sin pagar,
de esas que la vida te recuerda que están en el debe de tu pasar por
esta vida. Miro una de ellas al azar, Manuel, sí, sí, lo recuerdo bien. Fue
sobre el 97 creo, más concretamente en Abril. Me ayudó en aquellos días
aciagos con su compañía, con su buen hacer en esos días en que la vida
te golpea con la crudeza que quizás te ganaste a pulso. Recuerdo que me
hundí en la miseria, perdí amigos, perdí todo y sólo él estuvo.
Un par de años más tarde, todo me iba viento en popa y un amigo común
me habló de Manuel; estaba en la ruina, esta vez le tocó a él. Un amor de
infaustas consecuencias que le llevó a ese abismo de donde es difícil salir. Sí,
sí, quise ir en su ayuda más hoy, por cosas urgentes; al día siguiente por
otros aconteceres que no recuerdo, no acudí a saldar mi deuda y así, ese
mismo amigo, dos meses más tarde, me avisó por si quería ir al entierro.
Manuel se había suicidado, no pudo aguantar más o quizás, simplemente
se cansó de luchar. No fui, tenía una reunión a la que no podía faltar y
desde ese día, esa factura siempre está en este cajón del escritorio. La veo
cuando lo abro y suelo romperla como otros tantos papeles de mi pasado;
mas, cada vez que vuelvo a abrir ese cajón, aparece de nuevo impoluta
esa factura, ya no me extraña verla, ni otras tantas a las que presto más o
menos atención .
Supongo que un día tendré que pagar todas esas facturas, no sé cómo ni
cuándo, pero ahí están para recordarme que soy deudor de mí mismo.
Voy con las puntas de los dedos cogiendo una a una las pequeñas y
escurridizas letras, éstas por su parte, parecen jugar al gato y al ratón con
mis dedos. Veo la “uve doble” esconderse en la ranura de una esquina
del cajón, la “e” se arrastra debajo de una póliza de pago ya caducada
y yo, mecánicamente, voy en su busca y captura. Un rato de pesca, una
astilla del viejo cajón que parece quererlas ayudar alargando su triste
agonía de ser cazadas, hiriendo uno de mis dedos. Con rapidez lo retiro y
automáticamente lo chupo con presteza antes de proseguir ese acoso a
las letras restantes que quietas, parecen haberse rendido a la evidencia de
ser cazadas una a una.
Sobre un papel blanco se amontonan una sobre la otra, rendidas,
exhaustas, viendo la luz después de tanto tiempo ¿Cuánto hace que no
volvía a poner letras sobre un papel inmaculado?
Durante unos segundos reflexiono, no, sinceramente ya no lo recuerdo
¿Fue el año pasado o quizás el otro? Durante unos segundos siento el
desconcierto, no soy capaz de recordar cuando escribí mi ultimo cuento y
eso, me hace sentir inseguro.
Sonrío. Recuerdo cuando antes, las letras salían solas del cajón, alegres
dicharacheras ellas, bailaban al son de mi imaginación, componían
sinfonías para los ojos .
“Había una vez…”
“ En aquel viejo páramo…”
“Su mirada vino hacia mí…”
Ellas solas, esas letras que hoy me rehuyen, que escapan de mis dedos
temerosas de mi; esas mismas letras antes eran alocadas historias de
amor, de tristeza, de todo aquello que estaba vivo. Ahora parecen
rehuirme y cada letra, cada frase que en este tiempo escribí y que terminó
en la papelera, fue escrita con sudor y lágrimas, frases forzadas, letras
encadenadas a mis dedos, obligadas más por mi obcecación que por mi
inspiración. Fracasos antes de nacer.
Ya está, no falta ninguna; las cuento varias veces, más algo no está bien.
Amontonadas sobre ese papel, que parece más una mortaja que no el
reino donde se plasmará aquella historia que llevo tanto tiempo deseando
escribir. Pero no, las miro ahí amontonadas sin vida, sin esa vitalidad que
desprendían y que, a mí, me hacían sentir vivo ¿Qué está fallando?
Como una explosión en la cabeza sé lo que falta. Con un temor
irreverente, mi mano vuelve a introducirse en el cajón, nervioso voy
apartando las facturas de mi vida sin contemplación. Ahora no importan.
Nervioso, termino sacando el cajón, con violencia y volcándolo sobre la
mesa mientras mi corazón palpita aceleradamente.
Rebusco una, dos, tres veces los mismos papeles, cualquier rincón de
ese cajón en busca de una grieta milagrosa donde se hubiera podido
esconder.
Abatido, rendido ante la evidencia, me dejo caer sobre la silla mientras
miro esas letras amontonadas sobre el papel y un par de lágrimas rebeldes
se deslizan en silencio. Son el prólogo de un llanto desconsolado ante la
pérdida de lo mas valioso, de lo más importante que aun guardaba en la
recámara de mis sueños.
Oigo de fondo acercándose el final; sus pasos anuncian su próxima
llegada. Esto se acaba. Porque perdí lo mas importante, eso que me hacía
revolver este cajón de vez en cuando, con esa esperanza que nunca se
pierde.
En ese cajón, ya no esta la ilusión.
1 comentario:
muy emotivo...
y todos tenemos facturas
olvidadas en los cajones,
que nos persiguen hasta
que las saldemos
gracias!
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